miércoles, 18 de julio de 2012

EX PROFESOR

Ex profesor. (I)

Hola, mi nombre verdadero es Eduardo. Soy profesor de historia. Mejor dicho
lo era.
Durante varios años trabajé en escuelas secundarias gozando un prestigio
bien ganado por mi buena relación con alumnos y alumnas, a los que no
solamente daba clases sino que también los orientaba en la toma de
decisiones vocacionales.
Estaba casado, con mi mujer no llevábamos muy bien y compartíamos el
trabajo. En pocas palabras: vivía feliz.
Vivía feliz para el resto de la gente, muy en el fondo de mi había algo
insatisfecho que nunca afloraba porque mi responsabilidad y mi reputación
hacían que quedara guardado, oculto en lo más recóndito de mi alma.
Todo comenzó cuando (Llamémosle Cristian) un alumno con serias dificultades
en el estudio y discriminado por sus compañeros solicitó mi ayuda.
En realidad, no la solicitó él. Sino que el director me llamó a su despacho
y me comentó los problemas de Cristian.
Me comentó que el alumno tenía bajas calificaciones y que pensaban eran
motivadas por la discriminación que sufría por parte de sus compañeros.
Al preguntarle el motivo de la discriminación, el director dijo que el
muchacho era amanerado, dando a entender que tenía actitudes femeninas.
Como no era alumno mío, el director me pedía que le ayura a prepararlo para
los exámenes y charlara con él para ver si en una entrevista con los padres
podíamos sugerirle que consultaran con un psicólogo.
Hasta ahí todo era normal. Muchas veces había hecho ese trabajo con otros
chicos y familias y casi siempre los resultados habían sido buenos.
Convinimos en que el alumno iría los sábados a la mañana a mi casa para
comenzar a preparar los exámenes.
El sábado siguiente, puntualmente a las ocho y media de la mañana tocaron
timbre en casa.
Mi mujer me dijo sonriendo: Te busca una muchachita. Yo ya le había
comentado los problemas de Cristian porque ella siempre me daba sugerencias
sobre cómo encarar la problemática de mis alumnos.
Yo estaba en boxer, porque recién me había levantado. Me dirigí al baño para
lavarme, peinarme y vestirme, así que le pedí hiciera pasar a Cristian a
nuestra sala, para que me esperara alli mientras terminaba de arreglarme.
Ella lo hizo pasar y se marchó a casa de mi suegra a hacer la visita semanal
acostumbrada.
Ya me había vestido y terminaba de peinarme cuando por el espejo vi la
figura deCristian que me observaba desde atrás.
Me impresionó (yo no lo conocía personalmente) porque realmente era una
muchachita.
Sus facciones eran muy delicadas, su pelo era largo y sedoso. Sus ojos
marrones, grandes.
Físicamente era delgado, alto. Parecía una modelito adolescente.
Estúpidamente dije: Vos sos Cristian?
Me contestó: Si, soy yo. Puedo pasar al baño? – Seguro! Ya salgo! dije
dejándole paso y saliendo del cuarto.
Realmente me había sorprendido mucho, no esperaba ver una “chica”. Fui a la
sala a preparar el material de estudio.
Al rato Cristian bajó para comenzar a estudiar.
Comezamos a leer el programa y yo le pedí que me señalara aquellos temas que
le resultaran complejos. Me dijo que Grecia era uno de ellos.
Cuando le indiqué las páginas del libro donde se desarrollaba el tema, me
cortó abruptamente preguntando: ¿Es cierto que todos los griegos eran
homosexuales?
No, respondí. No todos, es cierto que la homosexualidad no era condenada
como en nuestra sociedad, y le expliqué que las diferencias culturales entre
los pueblos no indicaban si unos eran mejores o peores sino que solamente
eran diferentes, como las personas.
Sonrió con alivio y yo sentí que estaba ganando su confianza. Lo que no
sabía era que de a poco nacería un lazo afectivo que nos cambiaría la vida.

Pasaron tres semanas y yo notaba que Cristian tenía cada vez más confianza y
trataba de alargar el tiempo en casa charlando de diferentes temas. Esa
cuarta semana, pasó algo que fue la bisagra en nuestro trato. Finalizada la
clase, le invité a tomar un vaso de gaseosa. Cristian se levantó y dijo: Si,
pero esperá que la traigo yo.
Creyendo que era bueno fortalecer la confianza le dije que fuera a buscar la
bebida a la cocina mientras yo ordenaba los libros.
Estaba terminando de limpiar la mesa de la sala, cuando lo vi aparecer. En
realidad la vi aparecer. El pelo largo le llegaba casi a lo hombros, llevaba
medias blancas con portaligas, tanga del mismo color, se había calzado
sandalias blancas con tacos y un corpiño ocultaba sus diminutos pechos.
Traía una bandeja con la bebida ya servida.
Sonrió al ver mi cara de sorpresa. Le dije: ¡Pero, Cris!, ¿qué estás
haciendo así?
Fue directo al grano: Quiero saber si te gusto. Porque vos a mí me gustás
desde hace mucho.
Dejó la bandeja sobre la mesa y se acercó a mí.
En ese momento yo ya no sabía que estaba bien o mal.
Le dije: Mirá yo te aprecio y …
¿Te gusto o no? Preguntó con los ojos llenos de lágrimas. Y siguió: Nunca me
vestí así para nadie, solamente para vos, vos me tratás bien, y yo te
quiero.
Dijo esas palabras y estalló en llanto. Ló estreché entre mis brazos, o
mejor dicho la estreché, nos sentamos en el sillón, le pasé el brazo sobre
los hombros y él, ella reclinó su cabeza sobre mí.
Le pedí que se tranquilizara, acariciándole la cabeza, en ese momento siento
un ruido detrás, al volverme veo a mi esposa. Sus ojos echaban llamas, la
situación no era fácil de explicar, lo que siguió fue una pesadilla,
Cristian corriendo a la cocina a buscar sus ropas, no lo vi cuando salió de
casa, mi mujer intentando golpearme, diciéndome que era un degenerado, que
me fuera de casa, y vi mis libros tirados, mi ropa arrojada por la ventana,
los vecinos se asomaban para ver, los gritos de ella…
Terminé en una pensión, alquilando un cuarto. Los meses siguientes fueron
una pesadilla. El director me pidió que renuncie para evitar escándalos, mi
mujer inició los trámites para divorciarse de mí.
Estaba realmente confundido.
Si te gustó el cuento y querés hacer algún comentario,
karol_prof@hotmail.com es mi dirección de correo.

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