viernes, 7 de septiembre de 2012

COGIENDO A PAPA NOEL

Cogiendo con Papa Noel

Por estas latitudes, un poco hacia el sur de la línea de Capricornio, las Fiestas de fin de año son decididamente calurosas. Nada de copos de nieve ni patinar en lagos helados. Nada de Navidades blancas. ¡Calidez atmosférica y de la otra, señores!
Lo que SI es igual, sea en New York, París o Madrid, por gracia de la bendita globalización, es el desquiciamiento de la gente por comprar y, por ende, la aglomeración de personas en los centros comerciales. Los días previos a la Navidad, un caos.
Y allí me encontraba yo, en un Centro comercial atestado de personas que se entrecruzaban con bolsas de compras, apuradas, atolondradas, atropelladas como ganado en un corral apretado. En medio del gentío, yo con mi presencia de mariquita ultra afeminada, ultra mujer, tan inadvertida como un globo aerostático multicolor en una catedral, moviendo el culo al caminar y mirando esto y lo otro con cara de nena tontuela al estilo Marilyn... Tengo un cuerpo delgado, muy espigado que sugiere formas estilizadas de top model de alta pasarela. Ropa ajustada, un culito de lo más femenino y unas tetitas en forma de conitos como duraznos turgentes. ¡Imagínense tamaño putito!
Y hete aquí, que de golpe, y al descuido, levanto la cara de una mesa de saldos y me encuentro con la mirada sonriente y ultra bonachona de un papuchote mayor, que aún sin disfraz era el vivo retrato del modelo convencional de Papá Nöel. Sus ojos celestes, de abuelote regalòn, rubicundo, panzón, los cabellos muy cortos y ensortijados de un agradable color caramelo rubio, casi pelirrojo. Igual su barba corta y bien arreglada. No, no, que sólo le faltaba el traje rojo y los detalles de visón blanco para serlo.
Nadie más perfecto para caracterizar a Papá Nöel; pero nada que ver. Era solamente un señor como los miles que andaba de compras. ¿Cuánto tiempo me miraba hasta que advertí sus ojos clavados en mi putísima persona?
No importa eso. Importa el que me mirara a mí, derecho a mis ojos con aquella sonrisa significativa. No demos rodeos: uno se da cuenta cuando alguien nos mira con deseo sexual ¿o no? Pues este tenía esa expresión inequívoca y muy intensa, por cierto.
Le hice un ademán de duquesa, ladeando la cabeza con una sonrisa dulcísima como para decirle: “¡Hola, vamos sigue adelante!” Pero como no soy una mariquita regalada y tengo mi dignidad de “señora”, me hice la desentendida y entre mirar esto y lo otro, me lancé andando lentamente a la zona de los toilletes.
Me puse innecesariamente a lavarme las manos, con toda parsimonia y ¿que creen? Al minuto, allí estaba mi abuelote, mi Papá Nöel, a mis espaldas. El espejo delató su entrada sin necesidad de darme vuelta. Se me acercó por detrás, lógico. Me dijo “¡Hola!” y yo le respondí “¡Hola!” del modo más afeminado posible... El papuchote se puso serio, como si dudara en lanzarse, pero lo hizo:
—¿Estás sin compañía? —me preguntó.
—¡Y, ya lo ve! —suspiré más que dije.
—Pero no querés seguir sin compañía ¿o sí?
—¡Y no! Estas Fiestas sin nadie que te acompañe... —respondí exagerando el tono de melodrama barato.
—¿Entonces ni acá ni afuera tenés a alguien que te dé los gustos?
—No.
—Imposible que no tengas pareja.
—Es verdad, no tengo a nadie...
—Pues... me alegro. Sos tan... me gustaste mucho —se lanzó el abuelo.
Y se lanzó en serio porque una mano enorme se apoderó de mis nalgas y los dedazos recorrieron a gusto sus formas.
—Quiero esta colita. Estoy en celo como un toro —me dijo el abuelo regordete, el Papá Nöel de las ilustraciones de los viejos libros infantiles y de las viejas tarjetas navideñas...
Nadie más en el toillete, y me arriesgué a, sin darme vuelta, atrapar con mi mano buscona la entrepierna del papuchón. Y me encontré un paquetazo que me sorprendió gratamente y percibí el inicio de una erección urgente... me estremecí y me recorrió un escalofrío y luego una calorada fatal. Me conozco: soy un putito muy, pero muy vicioso y esos eran los síntomas del “quiero esa pija yaaaaaaa, con urgencia!!!. No me puedo resistir a una pija ofrecida de tan buenas maneras...
Pero me contuve y le dije con calma, que no sé de dónde saqué:
—Y yo quiero jugar con este regalote que guarda este paquetazo.
A él se le iluminó del todo la cara, se puso feliz como un niño. Y a mí me cautivaba, además de su interesante paquete, aquella mirada de grandote buenote. No sé, no es solo sexo, es la dulzura con que se lo acompaña lo que me arrebata. Me gustan los hombres grandotes pero buenos y tiernos. Son tan difíciles de encontrar...
El hombre era muy corpulento, vestía una camisa y pantalones sport. El género de su pantalón era delgado y la erección era evidente a un kilómetro.
—¡Calma, calma! Acá nada. Y además tengo una fantasía con Ud. —le dije pícaramente.
—¿Cuál?
—Quiero que me coja bien Papá Nöel y Ud. es su vivo retrato.
El se rió con una ternura que me derretí del todo.
—¡Y tengo en mi casa un traje...! ¿Lo podrás creer? ¿Vamos allá?
—No. —me hice la mariquita bruja —nos vamos a un hotel alojamiento.
—¿No confias en mí? Vivo solo, soy viudo y mis hijos son independientes.
Hice una cara de duda y él se apuró:
—Está bien está bien, como quieras. Lo haremos en un hotel alojamiento y después cuando consiga tu confianza será en mi casa. ¿Eh? Pero aceptás que vayamos con mi coche?
—Sí. —contesté.
Y bajamos a la cochera. Mi Papá Nöel no tenía un trineo con renos, pero sí un coche nuevo y de los caros, muy bonito.
¿Les abrevio la historia?
Mientras viajabamos en el auto, le aclaré firmemente:
—En la cama soy pasivo, vale como si estuvieras con una mujer convencional.
—Es lo que quiero, me gustan las nenas en cuerpo de chicos como vos. Siempre me excitaron mucho, más que las mujeres como vos decís “convencionales”.
—Pues, me alegro inmensamente. No quiero que esperes que te haga cosas que...
—No, me expliques, entiendo bien. No quiero una pija en mi culo ni chuparme una, soy totalmente macho activo, quiero que me la chupen bien y cogerme un culito delicado como el tuyo.
Sentí que entraba en ebullición, me lo comería a besos y por eso le dije:
—Obviemos lo del hotel alojamiento. Lo hacemos en tu casa.
Pasamos a su casa, regio piso en una zona exclusiva. Y yo, mariquita pobre en mi departamento sencillo, pero como buen departamento de afeminado, coqueto y lleno de detalles de buen gusto, entendí que aquél era un hombre sin malas intenciones, más bien yo podía constituirle un “compromiso”. Pero cuestiones materiales no nos interesaban definitivamente...

Armamos la “fiesta Navideña”. El pasó a su cuarto y al cabo del tiempo correspondiente, apareció caracterizado y casi me infarto. Mi real “Papá Nöel, ¡mi fantasía hecha realidad!
La argollita se me electrizó de deseo, se me hinchó y sentí una calorada húmeda. Eso significa que estoy al máximo de la excitación. Mis ojos buscaron su entrepierna y allí seguía el paquetazo: una comba que levantaba el pantalón de Papá Nöel, por denajo de su panza notable.
Se incorporé del sofá y me arrojé a sus brazos como una nena inocente, perecto modelo de las “niñas buenas” de Louisa Alcott de los libros viejos. El era aun más alto que yo, que mido uno setenta y cinco, quizá alcanzara el metro noventa. ¡Mi dulce Papá Nöel! El me sostuvo en un abrazo no menos tierno y dulce y estalló su pasión cuando buscó mi boca y me devoró. La disfruté con los ojos cerrados, entregándome por completo. ¡Placer, placer! Mis manos jugaban con caricias en esa espalda inmensa de gigante, adoro las espaldas anchas de los hombres, me hacen entrar en mayor excitación.
Enseguida, sin poder soportarlo más, me apoderé del paquete, de “mi regalo”. La erección era completa y presionaba el género como para hacer estallar las costuras. Decidí liberar esa pija urgida de placer. Me arrodillé y empecé la tarea que más adoro hacer: desprender la bragueta de los hombres. Lo hago despacio, aunque me esté muriendo de deseos y me retuerza toda por no poder contenerme ya...
Tenía cremallera, la bajé despacio. Descubrí el blanco de unos boxer amplios. Mis dedos expertos hurgaron, hallaron el agujero y con la ayuda de un dedo ayudé a saltar, mejor dicho, a desbordar fuera, esa masa latiente y caliente. Una pija monumental, como a mí me enloquecen: medianamente larga, pero muy gruesa, carnosa, sedosa, de esas que el bálano queda al descubierto sin ayuda y está roja de congestión y fiebre sexual. La pija latía de deseo. Tenía una forma un poco curva y pese a la erección caía con el peso de su volumen.
Pero hay un detalle más: no soporto un minuto sino “descubro” los huevos, todo hace al conjunto para mí. Y estos eran huevos de toro. Entonces él tenía razón y podía decir como dijo que “estaba en celo como un toro”.
Jugué con aquella verga de sueño de todos los modos: besos, lengüetazos, chupones suaves y más intensos. Me lo introduje todo entero. ¡Y ese aroma a masculinidad! Es algo que completa por embriagarme y dejarme en éxtasis de calentura como una perra en celo. Me transfiguro, enloquezco de placer. Mi rosquita pedía a gritos ser penetrada...
Y mi “Papá Nöel” pareció adivinar mi deseo.
—¿Me entregás tu colita? —me rogó con un tonito de ternura y ruego.
—¡Sí, papito! Es para vos...
Como es mi costumbre y no hay concesión en eso: cuando me encamo, no me desvisto del todo. Digamos que descubro SOLO lo que ofrezco a mi macho, ciertas partes se quedan “ocultas”. Cola, tetitas al aire, para ser disfrutadas, otras “regiones corporales” no.
Papá Nöel aceptó mis condiciones. De no haberlo hecho, allí se quedaría con la pija dura a medio chupar, y los huevos al aire y yo, aunque muerta de ganas, saldría sin más a la calle. Conmigo no hay concesión, bien lo repito.
Y se vino una maratón de disfrute para mi culito sediento. Estaba mi rosquita tan congestionada y caliente que se desbordaba como una rosca de levadura, el esfínter dilatado y latiente. Solo le apliqué un poco de saliva para lubricarlo más y ¡voilá!
Me llevó entre besos desesperados, alzándome finalmente hasta su alcoba de viudo ardoroso. La enorme y mullidísima cama me recibió de espaldas.
—¿Cuantos años tiene mi Papá Nöel? —alcancé a preguntarle.
—Sesenta y cuatro.
Adorable semental, macho maduro, porque muero por los hombres mayores...
El me elevó las piernas, observó dos segundos mi colita abierta, supongo que al verla depilada y la argollita hinchada y rojita, se transfiguró y en un arrebato, se lanzó a comérmela con besos y su lengua me hizo gemir, gemir y dejarme sin fuerzas...
—¡Basta, basta! —Le repetía con lo que me quedaba de fuerza para hablar.
El se sació y con la misma mirada de enajenado de deseo, más arrebatado aún, se incorporó, levantó mis caderas en un movimiento experto, se puso de rodillas y al segundo, la enorme y roja cabezota de su verga tomó contacto con mi argollita. Fue un choque eléctrico, me sacudió un repeluzno de deseo, la sentí ingresar a mi cuerpo, despacio, despacio, apenas un dolorcito delicioso hasta que hizo tope y sentí los pesados testículos rozando mi “huesito dulce”.
El gimió de placer. Cerró los ojos, arqueó la espalda, respiró hondo. Yo supongo que la calentura era tan grande que sintió que el roce de la penetración lo haría eyacular y él deseaba mantener el placer por mucho rato.
Pero comenzó finalmente el embate de su macizo cuerpo de oso. La pija entraba y salía de mi cuerpo y yo sentía el cielo en mis entrañas.
Y las tandas de besos y las palabras de alta estimulación sexual que sabía decirme y ese afán por verme gozar primero a mí, me halagaron tanto que pensé que moriría de placer...
Aumentó el bombeo. Su pija se adaptaba a mi culo tan perfectamente que era imposible pedir mayor armonía y complementariedad. ¡Gracias a Dios que nuestros culitos provocan tanto placer en los hombres!
No quiso cambiar de postura. Gemía, gruñía, me devoraba la boca, y los pezones, me cubría esa masa pesada y cálida. Me embriagaba su olor de macho maduro...
Se tomó su buen tiempo cogiéndome con moderada velocidad, sabía lo que hacía, así hasta verme entrar en una especie de arrobamiento. Entonces empezó a acelerar su bombeo, más, más, hasta que empecé a contonearme como una serpiente tratando de huir, de pedir ¡basta! y no podía articular palabra, moría, moría...
El llegó al máximo y yo no sentía más mi cuerpo, flotaba. Pero cuando empezó a eyacular toda aquella leche, el éxtasis de placer aún subió un peldaño más.
Era un maestro amante. Cuando se venía, sacó de mi interior su verga y solo apoyó, apenas rozando su bálano en el borde de mi dilatado esfínter. Sus dos primeros chorros de semen caliente los descargó allí, diría en la “entrada”, los sentí con delicia; pero en un golpe seco la volvió a introducir toda entera y terminar entre espasmos y gemidos de agonía su descarga. La leche que guardaba en esos testículos enormes era casi insólita. Me hizo rebozar con aquel liquido viscoso, caliente blanco perlado, que es néctar para mi culo sediento...
Yo supongo estuve unos segundos ausente en un desvanecimiento dulce y cercano al Nirvana. No recuerdo bien hasta que tomé conciencia y me sentí entre sus brazos, acostados frente a frente y su verga aun metida en mi cuerpo. No nos queríamos despegar.
Me colmó de caricias, de halagos, de mimos. Nadie me trató con semejante dulzura y consideración. Tampoco nadie fue tan considerado con mis “condiciones” y tan experto amante. Mi Papá Nöel.
Descansamos algo y repetimos varias sesiones de sexo hasta quedar tan saciados que solo queríamos quedarnos en la cama abrazados y acariciándonos.
Entre tanto, me decía para mis adentros, una y otra vez: ¡Dios, cogí con Papá Nöel y no es un sueño! ¡Papá Nöel existe y es mío, mío!

Lisy Le Trôle
lisy55@yahoo.com.ar

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