sábado, 8 de septiembre de 2012

MI HISTORIA VI

Mi historia VI


Como se recodará, salí bastante desilusionada de mi entrevista con el amor de mi vida. No confiaba demasiado en su promesa de llamarme a corto plazo. Por eso seguí con mi costumbre de ir al club de carretera que sirvió de marco para nuestro última entrevista; y como no creía en que estos encuentros se repitieran y mis necesidades de hombre no se calmaban, ligué a la semana siguiente con un chico muy guapo y bien dotado que apareció por allí. Claro es que la cosa no pasó de un calentón en el baile y buena mamada en unos sillones del salón; sexo sin amor, en definitiva.

Pensé en invitar a este chico a mi casa la próxima vez que lo viera, para tener un cómodo y placentero revolcón en mi gran cama, cuando me sorprendió una llamada de Andrés. Me contó que tendría sietes días libres, porque su amante estaría en una misión comercial por Extremo Oriente.

Discutimos sobre el lugar de nuestro encuentro y logré convencerlo de que seria más conveniente en mi apartamento, porque estaríamos mas tranquilos y libres y se evitaría a algún vecino la ocasión de ir con el chisme al novio de Andrés de que recibía visitas en su casa; además sería más cómodo para mí vestirme y maquillarme de niña en mi propia casa. Quedamos, pues de acuerdo para cenar y pasar la noche juntos dos días después.

Es imaginable la emoción y ansiedad que viví aquellos dos días; la noche de la cita parecía no llegar nunca. Visité una boutique donde me gasté una buena cantidad en una traje de noche negro, que dejaba mis hombros al descubierto, bien escotado, cintura estrecha y falda amplia hasta la altura de mis rodillas. Lo completé con una mantilla negra que cubría mis cabellos y caía sobre mis hombros, insinuando sus formas morenas y redondas. La vendedora que me atendió me aseguró que mi “novia”, para quien dije que era la compra como regalo de cumpleaños, estaría bellísima. Y como complemento, un conjunto, también de encaje negro, de sujetador y tanga que, estaba segura, realzarían mi belleza llegado su momento.

Encargué una cena a base de langosta thermidor, que solo habría que calentar en el horno microondas, y unos filetes de salmón, con una salsa exquisita que había aprendido de una “amiga”, y una ensalada de aguates y kiwis como complemento. Un Albariño seco y muy frío regaría nuestra cena nupcial.

Aquella tarde, peiné con esmero mi lago cabello y lo engominé dándole aspecto de garçon, travieso y sensual. Luego comencé mi arreglo, con un baño caliente con agua perfumada por una sales que había comprado en una tienda especializada. Luego, vestirme con mi ropa íntima, liguero, medias negras y hasta la hora de llegar mi amado, una bata de casa para no arrugar el vestido que estrenaría esa noche. Esperé nerviosa por la anticipación de lo que esperaba vivir y media hora antes de que llegara, terminé de vestirme y perfumar discretamente mis cabellos y mi cuerpo,

Cinco minutos después de las nueve, la hora acordada, zumbó el llamador de la entrada del apartamento y acudí presurosa para abrir. Vestía un traje formal, de chaqueta cruzada, color gris oscuro que realzaba su figura varonil y calzaba unos zapatos negros lustrosos, brillantes. Estaba guapísimo y si no hubiera estado ya enamorada ya de él, me habría prendado de su esbelta figura, de su atractivo rostro coronado por una cabellera negra ondulada, preciosa. Quedó sorprendido con mi aspecto de linda y sensual mujer. Cerrando la puerta a su espalda, ciñó mi cintura con un brazo, me atrajo hacia él y me dio un beso en la boca que derritió mis articulaciones.

- Estás guapísima, nena – me saludó.
- Gracias, querido – contesté yo halagada, comprobando que mis cuidados en mi arreglo y vestido eran admirados por el hombre de mi vida.

Pasamos al salón a tomar unos aperitivos mientras charlábamos de cosas intranscendentes, muy juntos unos de otro. Mi mano sobre su muslo derecho junto al cual notaba ya su miembro en semierección. Luego pasamos a la mesa, donde cenamos entre comentarios nerviosos y miradas encendidas. Luego, nos sentamos nuevamente a brindar con el cava que previamente había puesto a enfriar. Y allí, entre sorbo y sorbo de vino espumoso empezamos a besarnos y la pasión fue creciendo; lo mismo que crecía su poya encerrada aún en su pantalón. Desabroché su bragueta, pues no quería que ese deseada tranca de carne palpitante siguiera inactiva. Conseguí sacarla a la luz y procedí a masajearla con mi mano derecha, despacito, suave, con mucho mimo. No deseaba hacerle una paja, sino acrecentar su excitación.

Mis caricias surtieron efectos, porque al poco rato me abrazó fuertemente y me besó con ardor, aunque no por eso solté ni por un momento la vara de carne que tanto adoraba desde hacia tanto tiempo. En el abrazo, acariciaba mi espalda con su mano abierta y luego, levantando mi falda, la cara interna de mi muslo derecho. Yo besaba su rostro, todas sus varoniles facciones, con cortos y saltarines besos, al tiempo que le decía:

- Mi Andrés, mi niño, mi amor, mi chiquito; aquí tienes otra vez a tu hembra dispuesta a darte amor, cariño, placer y a que tu me lo des a mi...

De común acuerdo nos dirigimos al dormitorio, donde una cama cubierta con una colcha rosa pastel nos aguardaba. Compulsivamente procedimos a desnudarnos mutuamente; mi amante quedó alucinado con mi breve y elegante ropa interior; su admiración se vio reflejada en el brillo de sus ojos. Ya semidesnudos los dos –él en canzoncillos, yo con mi tanga y diminuto sujetador, me senté en el borde de la cama y él de pie, me ofreció su rica poya. Pero antes de mamarla me dedique a acariciar sus muslos, besando, lamiendo, mordiendo cada milímetro de esa piel velluda, y mis manos recorrían sus caderas y nalgas.

Por fin, mi boca llego a sus huevos y los lamió dulcemente, pues para mi eran bombones sabrosos al paladar y al tacto. Luego me dediqué a la poya de mi amado, es decir, a mi amada poya; la recorrí con mis besos y lamidas desde la base, adonde llegaban los pelitos del pubis, hasta la cabeza, semicubierta aún por el glande. Descorrí el prepucio y lamí el capullo rojo, casi morado, a todo alrededor, incluido el frenillo: una lamida amorosa y dulce antes de introducirla en mi boca ardiente. Algunas veces miraba hacia arriba y veía la cara de placer de mi amado y escuchaba sus gemidos, su respiración jadeante y sus balbuceantes palabras de ánimo:

- Sigue, mi amor. Qué bien lo haces. Extrañaba tus mamadas. Sigue así, mi vidaaaaaa.

Notaba como se hinchaban las venas de la poya, y la suave textura de la piel, una piel que quería bien lubricada, para facilitar lo que después vendría. Mi mano apretaba en la raíz de aquel hermoso tallo para evitar que eyaculara, pues deseaba ese alimento en el fondo de mi culito.

Al fin, di por terminada para mamada y me dispuse a recibir mi parte. Andrés me recostó dulcemente boca arriba y, colocado entre mis piernas abiertas, inició sus caricias en todo mi cuerpo, en especial mis caderas y muslos; besos en la boca, en el cuello, en mis pechos. Nadie me había acariciado con esa ternura, sensibilidad y sensualidad y yo las sentía tan eróticas que tuvieron la virtud de enloquecerme. Ahora era yo la que balbuceaba:

- Hay mi amor, que rico es lo que me haces, qué bueno, me enloqueces. Soy tuya, tuya para siempre. Métemela, fóllame, mete esa rica poya dentro de mi, te estoy deseando, esperando...

Como obedeciendo a mis deseos, plegó mis piernas a los lados de mi cuerpo, las rodillas a la altura de mis pechos...apuntó la cabeza de la poya a la entrada, presionó y sentí como mi agujerito, ya dilatado recibía la cabeza; nueva presión y fue entrando toda esa vara de carne endurecida y ardiente, hasta el fondo de mi recto. Sin dolor, solo placer, un inmenso placer.

- ahhhhhhhhhhhhhhh, que bueno. Todo dentro mi...

Esta postura, que no había experimentado hasta ahora, tiene varias ventajas: en primer lugar favorece la penetración sin obstáculos, por otra parte permite que nuestros torsos estén en íntimo contacto podemos besarnos boca y cuello mientras abrazo su espalda. Yo puedo estrechar mi canal apretando los músculos del recto para hacer mas intenso mi placer y el de mi macho. Por último, puedo pasar los talones por su cintura atrayendo a mi hombre hacia mi y acrecentando la penetración y el contacto íntimo.

Después de que entró a fondo la poya, nos quedamos quietos, solo besándonos en los labios y el cuello. Estábamos unidos por la carne, si, pero mas profundamente por el amor. Estaba y estoy desesperadamente enamorada de Andrés y creo firmemente que él lo está de mi. Sentirme tan unida a mi amante me llevaba a un estado de felicidad que me parecía irreal, como si estuviera flotando en el espacio y el tiempo.

Pero pronto mis instintos me despertaron del éxtasis e inicié un movimiento ondulante de mis caderas; una danza de vientre tomando como eje la lanza de carne ardiente clava en mis entrañas. Nuestro abrazo de estrechó más aún, nuestras bocas mas voraces, nuestras respiraciones mas jadeantes. El hecho de llevar yo la iniciativa me llenaba de contento y notar las reacciones de mi amante ante el placer que estaba recibiendo. Me decía:

- Así, asíiiiiiiiiii, mi amor cuanto gusto me das; te voy a llenar de leche, te voy a preñar. Y yo contestaba:
- Mi amor, mi niño, mi macho, dame tu leche, toda para mi...

Al rato, me inmovilizó con un gesto, y tomo él la iniciativa, con esa loca dinámica del amor que me enardecía. Un mete y saca de la poya en su receptáculo amoroso, un bombeo alucinante, que solo podía terminar de una manera. Mi macho rugió:

- Agggggggggggggggggggggggggggggg.

Y sentí como el fondo de mis entrañas era invadido por un torrente de leche caliente, un río de lava blanca, que aceleró mi propio orgasmo y mi propia leche invadió nuestros vientres en contacto, y un profundo beso selló el polvo que habíamos vivido.

Luego, un período de paz, un aflojar de penes erectos, unos suspiros de relax, un dulce abrazo, uno junto al otro y, luego, una escapada al aseo para duchar nuestros cuerpos y librarlos de los restos que había dejado el amor. Con especial mimo aseé el pene de mi amante, esa herramienta que tan feliz me había hecho. Él, en correspondencia, enjabonó mi culito y lo limpió de la leche que aun rebosaba.

Luego, nos acostamos nuevamente. Durante la noche tuve conciencia de su pene erecto pegado a mi trasero y fue una vivencia que me tranquilizó cara al futuro.

Aquí termina mi historia. Cuando el final es feliz no precisa continuación. A manera de epílogo les cuento que ahora Andrés vive conmigo, yo trabajo para los dos, puedo permitirme ese lujo con mi buen salario de ejecutivo en la empresa en donde trabajo. Oficialmente es mi mayordomo, en la intimidad es mi esposo, amante, novio y querido, como quieran llamarlo o, como yo le digo, mi poya amada.

Agradeceré vuestro comentarios y también direcciones de Chat de travestis para ligar. Gracias a todos/as

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