jueves, 13 de septiembre de 2012

MIS INICIOS CON CAMILA

Mis inicios con Camila

Con el siguiente relato empieza una serie de cuentos eróticos -no pornográficos-, basados en experiencias personales, dedicados exclusivamente a estas verdaderas diosas del amor que son los travestis, a las cuales amo profundamente, y muy particularmente a las shemales, aquellas muñequitas que ya sea hormonándose o recurriendo a cirugía han logrado desarrollar cuerpos deliciosamente femeninos -que cualquier mujer real que se precie envidiaría- pero que mantienen sus miembros intactos, aquel apéndice del amor que las vuelve tan pero tan especiales. Sexys y muy femeninas. Dulces, cariñosas y apasionadas. Así son ellas: Mis diosas del amor, a quienes no cambio por ninguna fémina natural, quienes a pesar de haber nacido hembras se olvidan muchas veces de lo que ello representa y entrando a competir con el hombre olvidan toda aquella femeneidad que debería hacerlas especiales. Cómo no entregarme apasionadamente a mis diosas del amor, cuando viniendo al mundo en un cuerpo que si bien les pertenece va en completa asincronía con sus mentes, con sus almas y por supuesto con sus corazones, y aun a pesar de ello entienden perfectamente lo que es ser una verdadera mujer y saben dar a sus hombres tanto amor y placer que no amarlas como ellas se lo merecen divulgaría total insensibilidad y falta de cordura de nuestra parte. Esta serie de relatos va dedicado a ustedes, muñecas preciosas, dueñas de todos mis sueños y musas soberanas de mis fantasías.

Relato # 1: Mis inicios con Camila

-1-

Recuerdo aún los albores de mi adolescencia, vivía en un barrio modesto con mis padres y tres de mis cinco hermanos -dos de ellos hace un par de años que habían ya levantado vuelo-. Pues y ya se imaginarán mi vida de neo-adolescente aborregado -por el maldito sistema digo-: estudios, chicas, reprimendas, chicas, peleas entre hermanos, más chicas, pues es cierto que en esa edad en lo único que pensamos los chicos pues es en las chicas, ¿a que no?. Y pues como adolescente un tanto agraciado por la naturaleza y gracias a mis sofisticadas técnicas en devaneos amorosos aprendidos de películas de segunda, chicas no me faltaban y fue así como de empezar dandos tumbos sólo en el cole -pues mal estudiante sí era-, empezé también a dar tumbos de cama en cama. Así se me escaparon mis 13, mis 14, mis 15 y mis 16 podrían haber seguido el mismo rumbo de no ser por Camila: mi primer gran amor.

Aquel día, recuerdo haber llegado temprano a casa, pues la noche anterior había fallecido la madre del director del colegio en donde estudiaba, era día de duelo en el cole y yo feliz, no por la muerte de esta señora que Dios la tenga en su santa gloria, sino porque al menos por ese día podía zafarme de aquella tortura diaria que representaban para mí las clases. Fue así, como llegando a mi casa dicho día, me topé con un camión de mudanza: - nuevos vecinos, -pensé en voz alta-. Hubiese seguido derecho hasta mi casa de no ser por el estupendo culo que alcanzé a divisar, fenomenal culo que por supuesto pertenecía a una fenomenal muñeca de largo cabello castaño rizado que gracias a que justo en el momento que yo pasaba frente a su nueva casa se hallaba en el portal acomodando unas cajas, arrodillada en una pose tal que me permitió admirar baboseante su mejor cara: aquel trasero en pompa, perfectamente redondeado, en unos minúsculos shorts jeans prelavados, visión divina que me volvió loco y ciego, pues por estar disfrutando de aquel fascinador espectáculo fui a dar al piso después de tropezar con un inmenso cartón, ganándome por ello tremenda reprimenda de uno de los tipos que realizaban la mudanza.

La caída fue lo suficientemente brusca, aparatosa y ruidosa como para que mi nueva hermosa vecina se acercara a ver que era lo que había sucedido.

- ¿Qué sucedió?, ¿se lastimó alguien? - preguntó ella en tono preocupado, mientras asomaba su angelical rostro por detrás del tipejo que hacía un rato me insultara.

- Este mocoso del demonio, que por no fijarse por donde camina se fue de bruces y lo estropeó todo acá - se apresuró a responder el tipo en cuestión.

- ¡Ay pero si no es un mocoso! - replicó ella al instante mirándome fijamente con aquellos dos ojazos color miel y yo por supuesto mirándola como estúpido, pues es que estaba azorado por tanta belleza, "¡sobrenatural!" me vino a la cabeza en esos momentos.

- ¡Míralo!, pero si es un muchachote grande y buen mozo - continúo ella con una voz tan dulce que me desbarataba - Si se ha caído ha sido por tu incompetencia - prosiguió en tono altivo dirigiéndose a aquel tipo, yo me la quería comer a besos y quien no al ver aquella boquita, enmarcada por aquel par de deliciosos labios a los cuales a partir de ese momento, aún si probarlos me volví adicto -

- Disculpe señorita, pero es que...

- No me pida disculpas a mí, pídaselas a él, ¿qué tal si se hubiese roto algo el pobre? - lo interrumpió y dirigiéndose luego a mí me extendió una mano para ayudarme a incorporarme. - ¿Te has lastimado? - me preguntó amorosamente una vez que estuve de pie.

- No ha sido nada, pero tranquila ha sido mi culpa es que... - me callé al instante, al percatarme de lo que iba a decir, al final como podía decirle a ella que era su culo el culpable, pues si no teníamos tanta confianza aún ¿no que va? -

- Anda, que te invito a tomar algo para que pases el mal rato - me quedé paralizado, ya se me hizo dije yo - Algo sano me refiero - reparó ella rápidamente al verme la expresión de tarado dibujada en el rostro. - Y usted, siga con su trabajo, y con cuidado no vaya a ser que se lastime alguien más - dijo ella, encarando a... al tipo ese ya saben.

Iba ella agarrándome la mano, guiándome hasta el interior de su nueva casa, y yo detrás de ella admirando su figura y más que embobado, enamorado, esa es la verdad. Cuando de repente, se voltea ella hacia mí y tomándome la otra mano se acercó a mí diciendo: Yo invitándote a tomar algo, cuando aún está todo en el camión. ¡Qué tonta soy!, discúlpame por favor - Dijo ella en un tono de inocencia tal que me dejó sin palabras. - Pero ésta te la debo, ok!

- prosiguió decidida.

- Ok! - le respondí yo. ¡Brillante! ¿no? Tenía frente a mí a la mujer más bella que había visto en mi vida invitándome a beber algo en su casa - algo sano cabe recalcar - y lo único que se me ocurre responder a su propuesta es: Ok!. Y ahí no acaba todo.

Yo ya me iba, así sin hacer ni decir nada - ¿de Ripley no?-, cuando ella me detuvo y regalándome antes una sonrisa, suavemente me preguntó mi nombre.

- Alexander, aunque todos me llaman Alex. - le respondí, ya un poco menos estupidizado -

- Ok! entonces yo te voy a llamar Alexander, pues siempre me ha gustado ser especial. Además de que Alexander es un bonito nombre, y llamarte Alex le quita todo el romanticismo. Entonces, mi querido Alexander ¿nos vemos esta noche, cuando ya todo esto esté un poco más ordenado?.

- Será un placer, pero y tú ¿cómo te llamas?

- Yo soy Camila, y tú puedes llamarme como quieras, siempre y cuando sean cositas dulces. Chao! nos vemos esta noche...

- A las 8 en punto - le interrumpí, y asintiendo ella con la cabeza se despidió de mí dándome un gran beso: mitad de amigos, mitad de amantes.

-2-

El día se pasó volando, y como no iba a ser, mi excitación era tal que entre fantasía y fantasía en un segundo dieron las 7 de la noche. Me había pasado el día entero fantaseando con lo que sería esa noche, sabía perfectamente que era solo un trago, un café quiero decir, bueno al menos eso suponía, pero ya en el ruedo uno nunca sabe.

Al dar las 7, despojándome rápidamente de mis ropas, me metí a la ducha. Ya en la ducha, completamente desnudo y gracias al pajareo mental realizado en el día, pronto estaba con mi miembro completamente erecto, a pesar del agua fría, mi cuerpo ardía. Fue en esos momentos cuando sentir el agua fluyendo por todo mi cuerpo me provocó un grado de excitación tal que pronto el flujo incesante de agua se convirtió en un mar de caricias, las caricias apasionadas de mi amada, recorriendo mi cuerpo. Y ahí estaba ella, frente a mí, con su divina sonrisa estampada en sus labios, con su mirada profunda fija en mí, pidiéndome a gritos que la amara. Acercóse a mí y me besó en silencio, profundamente. Yo respondí febrilmente. Empecé a acariciarla. Me rodeó ella con sus brazos y continuó besándome primero los labios, luego el cuello, pasó por mi pecho deteniéndose en mis tetillas un instante, mordisqueó, arañó, lamió, hizo cuanto ella quiso y todo lo que hacía me llenaba de placer. Pasó su lengua por todo el trayecto que conduce a mi ombligo, mientras yo acariciaba sus hermosos rizos, ahora alisados por efecto del agua. Ya de rodillas ella, llevóse mi bulto a la boca, y aferrándose firmemente a mis nalgas empezó a chupármela ferozmente. Es imposible describir todo el placer que sentí. Se la tragaba toda. Y en cada succión de mi amada se me iba la vida. De cuando en cuando jugueteaba con mis bolas, para pasar luego a mi pene y deteniéndose en el glande se divertía un mundo dándome pequeños mordiscos, luego la lengua, recorriendo el tronco de arriba a abajo, con la mirada siempre fija en mí, como implorándome que explotara sobre su cara. Yo estaba que reventaba de placer. Jugueteando ella, se llevó un dedo a la boca y mientras me la meneaba con la otra mano, al verme totalmente entregado, se decidió y me metió uno de sus hermosos dedos en mi ano. El placer fue inmenso. Empezó a escudriñar con su dedo en mi agujero, y percatándose de que me venía engulló mi polla completamente, al rato, exploté, ríos de semen salían por las comisuras de los labios de mi amada, los que ella recogía ansiosamente con su lengua.

Terminada la faena, se incorporó y nos besamos largo rato. Le acariciaba yo las nalgas cuando...

- ¡Alex! ¿a qué horas sales del baño? ¡Que yo también tengo que salir! - Era mi hermana sacándome abruptamente de mi ensueño. Mi mano cubierta de semen terminó de lanzarme a la dura realidad: ¡El pajazo de mi vida!.

Salí de la ducha, sin preocuparme de limpiar nada. Faltaban ya 15 minutos para las 8.

- ¡Ya era hora!, ¿qué tanto hacías ahí dentro? - preguntó mi hermana buscando una sucia confidencia

- Encárgate de ello - le dije a mi hermana pícaramente -

- ¿No habrás estado meneándotela otra vez en la ducha asqueroso?

- Tú tienes la culpa por dejar tus panties tirados en el baño - le respondí altanero, para que dejara de fastidiarme.

Corrí a mi habitación a vestirme presurosamente, me puse lo primero que hallé planchado en el closet y pasé volando de mi cuarto a las escaleras y de ahí, dando saltos hasta la sala. Eran las 8 en punto. Afortunadamente Camila, vivía a tan sólo unos pasos de mi casa, así que estaba a tiempo. En la sala me esperaba mi madre.

- ¿A dónde vas tan de prisa? - me preguntó con cara de pocos amigos

- Tengo una cita y ya estoy tarde - le respondí firmemente

- Claro, el niño tiene una cita, y ¿con quién?. Con "ese perdido" que llegó hoy al barrio. - La verdad no supe a quien se refería con aquella expresión

- ¡Que ya me he enterado de todo! Y tú no sales de aquí - continuó - Tú eres un hombre, y no vas a ir a meterte con "ese" - concluyó.

- Mamá, realmente no se a qué te refieres - expresé - La nueva vecina me pidió que la ayudara con algunas cosas en su casa, no veo cuál es el problema. Además no sé a qué tipo te refieres, yo a donde voy es a casa de Camila, nuestra nueva vecina, como ya te dije.

- ¡Camila! ¡Bah! - y lanzó una sonora carcajada, por demás burlesca - Camilo será, que no ves que nuestra nueva vecina, como tú le llamas, no es ella sino él. Pero, ¡qué hijo más pendejo me ha salido!

Yo me quedé de una pieza, lo que sucedía era irreal, no era posible, pero si Camila es un ángel - pensé -

- Eso no es cierto mamá, que yo la he visto y es una mujer. Que yo sé reconocer a un hombre de una mujer. No soy tan estúpido.

- Pues hombre o mujer, tú no sales de aquí, y eso es todo - sentenció -

Subí a mi habitación destrozado, no podía creer lo que mi madre me había dicho. Me tumbé en mi cama, pensando. Rememoré, cada detalle de lo ocurrido aquella mañana: Vi a Camila acomodando las cajas nuevamente, y pensé: No puede ser, con ese culo tan perfecto, luego el tropezón, la caída y los insultos de ese tipejo y luego la dulce voz de Camila recriminando al tipo de la mudanza por ser tan estúpido. Y luego dándome la mano para incorporarme y aunque en ese momento no lo percibí ahora pude percatarme de que al levantarme pude percibir su delicado perfume, olía a rosas, y esos ojos y esos labios, y pensé: Es imposible, mamá enloqueció, eso lo explica todo. Y cuando me tomó de la mano y me invitó a tomar algo y luego la expresión inocente en su rostro disculpándose por el error que había cometido. Y luego el beso, aquel beso en la mejilla que me dio al despedirse y que apenas rozó mis labios y sentí desfallecer. No, mi amor, - pensé - esto no puede ser. Esto lo aclaramos ya.

No pude contenerme más, tenía que disipar mis dudas a como de lugar. Así que como tenía prohibido salir, intenté escabullirme por la ventana de mi habitación. Y ojalá fuese como en aquellas películas en las que adolescentes atormentados, se escabullen tan fácilmente y de las más variopintas formas por las ventanas de sus habitaciones y no como en mi caso, donde siquiera pensarlo hubiese significado un par de huesos rotos. Tuve que idear otra forma.

Eran ya las 10 y media. Tuve que esperar a que mis padres se encerrasen en su cuarto a ver TV como es costumbre - pues no creía que hiciesen algo más - para poder escabullirme como todo un profesional: por la puerta de enfrente, a lo grande claro que sí. A tientas, bajé hasta la sala lo más sigilosamente posible, para evitar así cualquier encuentro desagradable. Ya en la puerta, a punto de salir, siento una luz en mi rostro, las luces de la sala estaban apagadas, la luz provenía de una linterna: era mi hermanita, fastidiándolo todo una vez más.

- ¿Te vas a ver a "ese" verdad?

- Mira reinita, se llama Camila y es toda una mujer, más mujer de lo que tú llegarás a ser algún día - le respondí.

- ¡Ja! - gesticuló burlona - Al menos yo si soy una mujer de verdad no como "ese". - expresó ofendida

- Eso es una estupidez que no sé de donde mi mamá sacó, pero yo les voy a demostrar que ella es toda una mujer. Así que largo de aquí y no fastidies más.

- ¡Ma... - a punto estuvo de provocarme un infarto, apenas alcancé a taparle la boca.

- Escúchame bien, si dices una sola palabra, yo le cuento a mi mamá que metes en casa a tu noviecito cuando ella no está. Y no sólo eso, también le cuento de los jueguitos que sueles tener con él en tu habitación. Así que quedita y abriendo paso jovencita.

Abrí la puerta y cerrando cautelosamente salí rumbo a casa de Camila.

Veintisiete pasos me separaban de mi amada, tuve tiempo de contarlos uno a uno y en cada paso, tiempo para meditar como abordaría a Camila sobre este “delicado” asunto. Cuando me di cuenta, ya estaba parado frente a su casa sin haber podido hallar aún el compendio de palabras precisas para encarar a mi Camila. ¿Con qué derecho estoy yo aquí?, me preguntaba. Las dudas me asaltaban una tras otra, estaba desesperado. Toqué la puerta trémulamente.

Nadie respondió. Toqué nuevamente. Sólo al tercer golpe me fijé en el timbre, cuando a punto estuve de tocarlo, se abrió la puerta con mi amada, cual ángel de luz, semioculta tras de ésta.

- Mi caballero Alexander ha venido después de todo. - susurró

- Camila, lo siento, no pude venir antes...

- Está bien, lo importante es que estás aquí. Por favor pasa.

No quería alargar más el asunto, quería tener respuestas ya y hubiese preferido no entrar por si lo que tendría que oír fuese doloroso. Pero ella era irresistible. El encanto de Camila era arrollador. Me había esclavizado.

Y sin darme cuenta, en un santiamén, estuve dentro de su casa. Sentado junto a ella, en la improvisada salita de estar, que me gustaba pensar había preparado para recibirme aquella noche exclusivamente a mí, me acomodé tratando también de acomodar mis caóticos pensamientos.

Camila estaba hermosa, con una encantadora pijama rosa, de esas de dos piezas: un top un tanto holgadito que al reclinarse ella, mostraba inconscientemente su bellísimo par de tetas turgentes, y un pantaloncillo ajustado que le moldeaba perfectamente el trasero y me permitía a mis anchas gozar de la visión de sus larguísimas y torneadas piernas.

- ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué te has retrasado? - me preguntó contrariada -

Me has tenido preocupada. Creí que te había ocurrido algo malo.

- No, no, estoy bien. Al menos en parte. - le respondí, buscando entrar en tema -

- A ver, y se puede saber ¿qué es lo que le sucede a mi querido?

- No sé como empezar, es algo bastante estúpido. Créeme que cuando te lo cuente, te vas a matar de risa.

- Pues, si es tan estúpido como para matarme de risa, pues entonces no veo razón para que estés con esa cara. Anda dime.

- Si mira...

- Oh! ya sé - me interrumpió, mientras se levantaba, moviendo cadenciosamente sus caderas y dirigiéndose a la cocina - Sabes conozco de un remedio infalible para esos momentos en los que hablar no es fácil. Espérame un segundo. - Me dijo animada.

Más que en las palabras que pronunció, yo me fijé en su trasero, ese trasero que me estaba enajenando, pues quería comérmelo bocado a bocado. Me imaginaba ese culo tan bonito frente a mí y yo haciéndole trabajo de lengua en ese agujerito que se había tornado en mi objeto de deseo.

Apenas había entrado ella en la cocina, me levanté maquinalmente, hipnotizado por aquel bamboleo infernal de sus caderas y me metí en la cocina tras de ella. Ya ahí, me acerqué a Camila y apoyándome en ella, quien de espaldas a mí preparaba un café, la rodeé con mis brazos por la cintura.

- ¡Pero qué impaciente! - exclamó - Pude notar como se le sonrojaron las mejillas. Acerqué mis labios a su oído y armado de valor, con trémula voz, le dije: - Por favor, mi amor, angelito mío, dime por favor que no es cierto - Mientras pronunciaba cada palabra la abrazaba más y más fuerte, sintiendo el calor de su vientre apoderándose de cada centímetro de mi piel. Y fue así, cercano a ella, con sus castaños bucles sobre mi rostro, y ya ahora con sus manos sobre las mías, tal y como ocurriera aquella mañana, estrechando mi mano derecha suave y amorosamente y guiándome esta vez no a su casa sino a su entrepierna como me hizo saber toda la verdad.

-3-

Los días subsiguientes, se sucedieron lóbregos uno tras otro. No había vuelto a ver Camila desde aquella noche. Yo particularmente evitaba cualquier tipo de contacto con ella, digo con él. Ahora me levantaba mucho más temprano que antes y salía al colegio con los primeros rayos de sol.

Llegaba bastante temprano y me tocaba esperar algo más de una hora afuera hasta que abriesen la puerta del cole, pero al menos así lo evitaba a él, cuando salía muy temprano, a las 7 am para ser más exactos, a comprar el diario y el pan y la leche y bueno pues todo aquello que quien sabe "ellos" toman por las mañanas. Por las tardes procuraba quedarme jugando al fútbol en el colegio, hasta que se iba a casa el último de mis compañeros. En casa había vendido bien la idea de que estaba entrenando para jugar con la selección del cole, lo cual estaba bastante lejano a la realidad. Ni había selección de fútbol en el colegio, ni yo entrenando mil años conseguiría ser un gran jugador, lo que realmente deseaba era evitar un encuentro con él, cuando se dirigía a donde quiera que "ellos" salgan por las tardes. Las mañanas al menos lo evitaba fácilmente. Pero por las tardes todo era más difícil. Llegaba a mi casa pasadas las 3 de la tarde. Yo ya sabía que aquellas horas él ya no se encontraba en casa. Regresaba pasadas las 6 de la tarde, siempre en malla deportiva, al parecer hacía labores de gimnasio, eso explicaba la estupenda figura que tenía. Yo me dedicaba a mis tareas. De unos días para acá, me había convertido en un estudiante modelo, ejemplo digno a seguir. ¡Tonterías!, lo que buscaba era no pensar en ella, allí en la soledad de mi habitación, abandonado a mis ensoñaciones, a mis deseos, a mis fantasías, tenía que quitarme su imagen de la cabeza, tenía que olvidarme de ella. Pero era imposible. Veía su rostro en los libros, sonriéndome, llamándome. Pero lo peor ocurría durante las noches. Recostado en mi cama, me revolvía noche tras noche, sin poder conciliar el sueño, imaginándola a mi lado, amándonos. Ya cuántos noches sin dormir. Ya cuántos días y noches sin tenerla a mi lado.

Estaba completamente enamorado de ella. Pero ¿cómo era posible?. La sola intención de olvidarme de ella, me torturaba y yo cada vez más enamorado de ella. La amaba profunda y apasionadamente. Y la deseaba aún más. Pero no era normal. Debía olvidarla.

-4-

Era domingo. Y mis padres religiosamente salieron aquel domingo en la mañana al mercado a hacer las compras de la semana y no regresarían hasta pasado el medio día. Mi hermanos, Tulio y Sara, se encontraban en casa de mi abuela pasando el fin de semana. Y mi otra hermana, Romina, la que odio, se había quedado en casa de unas amigas la noche anterior. Así que tenía la casa para mí solito aquel domingo, al menos hasta la tarde. Esto en otras circunstancias hubiese sido una bendición, pero tal y como estaban las cosas en esos momentos, aquel domingo iba a resultar fatal.

Sabiendo de antemano lo que me aguardaba: yo y mi soledad, solos en aquel caserón solitario, me desperté pasadas las 10 de la mañana. Me duché rápidamente y bajé a desayunar. Pan tostado quemado, con un vaso de jugo, que a mí no me sabía a nada bueno la verdad. Medio sentado, medio acostado, me encontraba disfrutando de mi paupérrimo desayuno cuando oí que tocaban la puerta. ¿Quién rayos será?, me pregunté. Con el mayor desgano posible, me levanté y me dirigí hasta la entrada para ver quien fastidiaba a esas horas de la "madrugada". Al abrir, parada frente a mí, sobrenaturalmente hermosa, como siempre, se hallaba Camila. Quise lanzarme a sus brazos y besarla por toda la eternidad, pero me contuve, muy a pesar mío.

- Hola, sólo vengo a despedirme - me dijo, yo no daba crédito a lo que estaba escuchando - Supe que estabas solo y quise venir a despedirme. Sé que tuviste problemas con tus padres a causa mía. Lo siento mucho. No era mi intención - continuaba ella, con un hilo de voz casi imperceptible, ya no pude contenerme más y la atraje hacia mí abrazándola con todas mis fuerzas.

- Discúlpame a mí - le pedí desesperado - He sido un estúpido. La primera persona a la que he amado realmente en mi vida y la dejo ir así sin más.

Sólo hasta ahora he podido darme cuenta de lo mucho que te amo. Y ahora me dices que te vas. Eso no puedo soportarlo - balbuceé oculto en su regazo -

- Mi querido Alexander, - continuó ella -, no sabes lo feliz que me hacen tus palabras. Pero tú eres un chico aún, ya encontrarás a alguien que sepa amarte como te lo mereces.

- ¿Y tú? acaso ¿tú no me amas, ángel mío?

- Claro que te amo, pero lo nuestro no puede ser, al menos no por ahora. Lo siento mucho, mi amor, tengo que irme - se volteó dejando escapar una lágrima

Yo no podía dejarla ir así. La amaba. Finalmente lo había comprendido. Ella era una mujer. Y no sólo eso, era ella la mujer que yo amaba. La tomé del brazo, asiéndola fuertemente contra mí. Y la besé con vehemencia, con todo aquel deseo contenido por tanto tiempo. Ella se entregó a mis besos nerviosamente primero y luego con total pasión. Nuestras lenguas se entrelazaron en un ritual amoroso que incluyó mordiscos, profundas succiones y tanteos. Sus labios me tenían prisionero, aquellas fuentes primarias de placer, pronto me sometieron. Yo hacía lo propio. La arrastré hasta mi habitación y ya en la cama, me acometí en la dulce tarea de recorrer aquel divino cuerpo de pies a cabeza con mis besos, con mi lengua, con mis dientes, con mis manos, con todo aquello que tuviese a mi alcance para darle placer a mi amada. Milímetro a milímetro me fui perdiendo en sus sabores, en sus aromas, convirtiéndose cada milímetro de mi amada en un punto digno de adoración. Me detuve primero en sus pechos y a punto estuve de desfallecer.

Sus pezones erectos, se tornaron en el centro de mi atención. Con las yemas de mis dedos empecé a acariciarlos suavemente. Camila se estremecía, exhalando pequeños gemidos de placer. Con la punta de mi lengua comencé a tantear sus pezones, dándoles golpecitos a uno y otro, mientras Camila me acariciaba el cabello pidiéndome que no me detenga. Quería comerme esos pechos. Le chupaba las tetas y empecé a buscar con mis manos sus muslos.

Ella me rodeó con sus piernas por la espalda. Pude sentir su pene erecto debajo de mí. Eso me creó una nueva obsesión: su pene. Yo la amaba. Y así como deseaba sus tetas y su trasero, también deseaba su miembro. Besando y lamiendo, descendí lentamente el delicioso trayecto que conducía a su polla erecta. Primero tomándola entre mis manos, la acaricié, convirtiéndose en mi nuevo objeto de adoración, pasé mi rostro sobre su miembro, acariciándolo con mis mejillas, lo besé tiernamente. Completamente depiladas, sus bolas, lucían apetitosas, comencé a pasarles la lengua, todo era perfecto. Me metí sus bolas en la boca y empecé a chuparlas con fruición. Camila, se retorcía mientras rasguñaba mis hombros. - Ummm....No pares mi amor, me estás volviendo loca - me decía jadeante. Con mi lengua recorrí su miembro erecto hasta el capullo que aparecía turgente y estuve lamiéndole el glande quien sabe cuanto tiempo, era una verdadera delicia, lo mordisqueé dulcemente para luego pasar a engullir aquella polla deliciosa que tanto placer me estaba proporcionando. Nunca lo hubiese imaginado: La polla de Camila era un verdadero manjar. Sentí que mi muñequita empezaba a convulsionarse y entonces me detuve, pues no quería que ella se viniese tan pronto, quería hacerla gozar realmente.

Continué mi exploración, tomando el camino que conducía hasta sus delicados piececitos, tomándome por supuesto el tiempo necesario para disfrutar de los favores de sus deliciosas piernas. Recorriéndolas de arriba a abajo y viceversa un millar de veces y en el camino hacia arriba terminando siempre en un breve lengüeteo en su agujerito húmedo y tibio, me dispuse finalmente a chupar los dedos de sus pies, uno a uno. Mi Camila, ya no daba más de la excitación me pedía a gritos que la follara - Quiero sentirte dentro de mí, papito, ya no me tortures, te quiero ahora, mi amor. - Sin hacerme más de rogar, la coloqué en cuatro patas, y asiéndola fuertemente de las caderas, la atraje hasta mí. Su agujerito, era una ofrenda de placer descomunal, y aunque me moría de ganas por atravesarla, lo primero era lo primero, con mi lengua empecé a lamer la entrada a su huequito, haciendo círculos, intentando en cada nueva arremetida de mi lengua penetrar lo que más pudiese en ese abismo de placer intentando recoger sus sabores. - Ummm.... Me estás matando cariñito, me decía ella con voz temblorosa - Ella también me estaba matando a mí. Tenía que ser completamente mía. Me incorporé en posición propicia para penetrarla. Apoyando mi polla en la entrada a su agujerito comencé a presionar. Camila aullaba de placer. Poco a poco se la fue tragando toda. Cuando finalmente la había recibido completa, me detuve un par de minutos, para saborear aquella nueva maravillosa sensación. El placer que sentía desbordaba todo mi ser. No se imaginan lo bien que sentía estar dentro de ella. Húmedo y calientito. Traté de que ella se incorporase.

Deseaba besarla. Ella se levantó cuidando de que mi falo no escapara de su prisión del amor, y me dio un profundo beso. - Te amo - me dijo - Cómo deseé que ella y yo pudiésemos quedarnos así eternamente. Empecé a bombear mientras acariciaba sus senos. Cada vez más y más fuerte. Camila gritaba como enloquecida: - Oh! sí, así más fuerte, quiero que me partas en dos, - estaba realmente fuera de sí. Hice que retomara su posición en cuatro patas y agarrándola por las caderas proseguí con un mete-saca endiablado. - Ah! sí, sí, eso me gusta - aullaba - Ya en carrera, quise que se acostara completamente boca abajo sobre la cama. Y yo recostado sobre ella, sin sacar mi polla de su agujero ni un solo momento, proseguí en la faena. Ya en esa posición, me resultaba mucho más cómodo acariciar su rostro, su espalda, sus senos, y acercándome así podía escucharla jadear suavemente, muerta de placer, tomó mi mano llevándose mis dedos a su boca, empezó a chuparlos, mientras yo susurrando le decía al oído cuanto la amaba y lo mucho que me hacía feliz. Al fin explotamos, simultáneamente. Estábamos agotados. Nos quedamos recostados el uno al lado del otro. Abrazándonos, besándonos y haciéndonos promesas de que en el futuro podríamos estar juntos y ahora sí para siempre.

alex_roman_79@hotmail.com

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