jueves, 27 de marzo de 2014

INFIEL

-¿Qué es esto? Carol apareció de repente asomada a la puerta del dormitorio, sosteniendo el móvil con el brazo extendido, mostrándome su pantalla iluminada. Con el gesto enojado, sostenía el aparato de forma inquisitiva, como la madre que muestra a su hijo un calcetín sucio olvidado debajo de la cama. Por la distancia que nos separaba, no podía distinguir las letras de la pantalla pero ya intuía de qué se trataba. Y apestaba. Como el calcetín. -Cari… No es lo que tú crees… Puedo… Puedo explicártelo…-Acerté a musitar. Pero rápido guarde silencio. Me sabía poco veraz y con el inconveniente de lo inesperado del hallazgo de la prueba que me incriminaba arrasó con cualquier abono para que floreciera una escusa en la que escudarme, ganar tiempo y hacerme fuerte. Pero Carol me había sorprendido con la guardia baja. Me sentí indefenso ante ella, acorralado en un rincón de aquella habitación que se hacía más pequeña mientras ella se hacía cada vez más grande. Note como sus ambiguos y bellos rasgos adoptaban una forma más severa, su cuerpo se tensaba, sus ojos se nublaban, sus mejillas enrojecían y la mano que blandía el teléfono parecía que lo iba a hacer añicos. Carol no era una mujer como las demás… -¿Cómo has podido hacerme esto? ¿Cómo te has atrevido? Mi corazón empezó a golpearme el pecho, mis miembros me pesaban y las rodillas vacilaban su ángulo, me sentí aturdido, confundido, desorientado, afligido por algo que me venía grande, una amenaza que me anulaba antes de hacerse material… Sentí miedo. Me limite a encogerme de hombros y después de titubear, con un hilo de voz alegue lo poco (o único) que podía añadir: Lo siento. A Carol no le pareció suficiente, nada lo hubiera sido. Se deshizo de móvil y avanzó unos pasos hacia mí. Era unos centímetros más alta que yo pero calzada en sus tacones, su presencia parecía una efigie que cortaba el horizonte. Lucía un vestido segunda piel que afirmaba su silueta, mostrando sus piernas, dos columnas de granito en movimiento y rematando en un escote palabra de honor que no podía disimular la poderosa voluptuosidad de su busto, que se reivindicaba bajo las telas y se reafirmaba en su parte no cubierta como dos rocas solidas, tersas, duras, aquellas que tanto le habían costado conseguir y ahora le daban un aura de seguridad y poderío. Todo esto se aproximaba a mí, como un furioso alud sobre un alpinista desamparado. Procuré evitar el enfrentamiento del que con toda seguridad tenia las de perder e intenté huir de allí, sorteando su rotunda figura, sus medidas procaces, sus atributos intimidantes que parecían abarcarlo todo. Con un movimiento cerró mi avance, bloqueándome. Traté de adelantarme pero fue imposible, intentaba apartar aquel cuerpo inamovible pero era incapaz de hacer mella en él, al contrario, era yo el que cedía ante aquella estatua esculpida en carne. Su cuerpo enfrentado al mío me aplastaba contra la pared, note sus duras tetas ahogándome el pecho, su abdomen contra el mío y sus piernas abiertas cerrándome el paso. En el bajo vientre también sentí una presión que cada vez se hacía más grande. Sus manos atenazaron como dos garras el cuello de mi camisa y, al tratar de zafarme, quedó hecha girones. A ella también se le había descolocado el atuendo y asomaba en su totalidad un generoso pecho, exuberante, rotundo. -¡Perro! A mí nadie me humilla como has hecho tú, ahora vas a pagar. Me soltó un bofetón que me giro la cara. Fue más doloroso descubrir como el pavor minaba mi pensamiento que el fenomenal manotazo recibido. Una tibia humedad resbalo por mis temblorosas piernas. No pude controlar mi vejiga. ¡Estaba muerto de miedo! -¡Cerdo! ¿Me regalas estos fluidos y a ella le reservas otros? ¡Cabrón de mierda¡ Quítate esas prendas sucias, no sigas faltándome al respeto. Otro bofetón como un relámpago pareció voltear mi cara trescientos sesenta grados. Preso de un temor paralizante, no sabía hasta cuando iba a durar esto. Así que me limité a desnudarme, quedando totalmente descubierto ante ella, sintiéndome expuesto, vulnerable y aunque el hecho de que exhibiera un pecho pareciera igualarnos, la visión de tamaño atributo la hacía más vigorosa. -Ya me tienes como querías, por favor te lo pido, ¡basta! -No, esto no ha hecho nada más que empezar… De un saltó, ataje sobre la cama el camino hacia la salida pero ella se abalanzo sobre mí, cayendo los dos al piso. Siendo un amasijo de brazos y piernas, empecemos a forcejear, me asía y me estrujaba, dominando mis movimientos y obligándome a permanecer inmóvil. Me dominaba, era más fuerte que yo. Porque Carol no era una mujer corriente… Su dura infancia había trascurrido en las favelas más sórdidas, donde no existía el mínimo atisbo de comprensión hacia su condición. En vez de hundirse, Carol capeo todas las adversidades, superó todos los obstáculos, endureciéndose en el proceso y convirtiéndose en lo que es hoy: una transexual orgullosa de sí misma. Mi resistencia era inane ante su potencia, era tan fuerte como un hombre o, en mi caso, más. Extenuado, me rendí ante su inagotable energía, muy superior a la mía. Me manipuló como un muñeco, poniéndome de cara al suelo. Sé que durante la pelea, su vestido había subido hasta la cintura. Me agarró de las muñecas y se sentó a horcajadas sobre mi espalda, empezó a deslizarse suavemente debido a que los dos estábamos sudados. Sus tobillos se aferraron a los míos y rodeándolos con sus pies, abrió sus piernas obligándome a hacer lo mismo. En ese momento noté su miembro resbalando sinuosamente entre los cachetes de mi culo como una serpiente. Intenté moverme pero fue inútil, me tenía completamente inmovilizado. Empecé a notar como la punta empezaba a encarar el orificio de mi ano y en un acto reflejo, empecé a apretarlo y cerrarlo. -¿Quieres luchar? No te va a servir de nada, es más, será más duro para ti. Apreté el culo con todas mis fuerzas y ella empezó a empujar. Su glande comenzaba a abrirse paso entre mis dos nalgas con el sudor como único lubricante. Empecé a gemir por los esfuerzos y ella también. Estábamos en plena lucha, ella por entrar y yo por impedírselo, yo con todas mis fuerzas aferradas a mi culo que se cerraba en espiral y ella con su polla. Su glande conseguía ceder mis paredes de carne introduciéndose poco a poco, milímetro a milímetro, arrasando a su paso con un urticante escozor que parecía quemar mi piel. Aunque cada vez, segundo a segundo, ganaba terreno, el pulso aun no había acabado. Tenía que impedir su avance escasos milímetros más, quería evitar que me penetrara. Poco a poco su polla reptaba por el contorno de mi ano, abriéndolo con su gran grosor, esquilmándolo con su roce, no pudiendo detener su ofensivo avance. Noté como la punta del glande besaba mi esfínter que no podía remediar ya abrirse un poco. La punta de su miembro empezaba a encajarse, tanteando la obertura del musculo que intentaba cerrar, ya conseguía asomarse al interior, pero aun no estaba dentro. Con todas mis fuerzas cerré mi esfínter asfixiando con una llave su capullo. Ella aceptó el envite, endureciendo su polla más si cabe, estremeciendo todas mis carnes que la rodeaban. Apreté lo más que pude, todo mi empeño se concentró en aquella minúscula zona circular de mi cuerpo. Conseguí detener su avance y tuve la fantasía de que ahora, era yo el que la tenía cogida, agarrada, impidiendo sus movimientos y forzándola a retroceder. Del fondo de la garganta de Carol empezó a brotar un gruñido, al principio imperceptible pero cada vez mas ronco e intenso, a la vez que la presión dentro de mi culo fue en aumento. Apreté, apreté y apreté pero ella también lo hacía. Nuestro esfuerzo alcanzó su punto álgido, no podíamos seguir así mucho tiempo, alguno tenía que ceder. En un último esfuerzo, eché los restos. Después no pude más y, agotado claudique. Su gruñido acabo en un grito triunfante. Su polla atravesó mi esfínter casi destrozándolo. Toda su longitud, que se me antojaron kilómetros entraron dentro de mí con el ímpetu de un tren sin control, abriéndose paso hasta el fondo, sin piedad, hasta que sus testículos chocaron contra los míos. Ahogue un gemido sintiéndola en mis entrañas, como esa dureza que me destrozaba por dentro, creí que mi culo iba a estallar. Ella se dejo llevar por el instante, sintiendo una ola de gozo y placer por haberme penetrado al fin, momento en que yo aproveche para escapar y como un latigazo, noté el recorrido inverso de su polla desalojando mi culo. Escapé a cuatro patas por el pasillo a toda prisa, pero por el rabillo del ojo vi su imponente figura: estaba desnuda, de pie, en jarras, una complaciente sonrisa dibujada en su rostro, su pechos erguidos, redondos, abundantes, con los pezones apuntándome como flechas, su vientre liso y fibrado y entre sus dos piernas, su polla erecta, solida, insolente, apuntando al cielo, como una cobra antes de su mortífero ataque, se estremecía en su propia dureza. Uno no puede huir de una diosa y me atrapó a cuatro patas como estaba, enculándome con fuerza. Arqueé la espalda y ella empezó a bombear, al principio despacio, entraba y salía de mi todo lo larga y gruesa que era su polla, destrozándome por dentro. Empezó a coger ritmo y sus envestidas ganaron en ímpetu y velocidad. Sus golpes eran tremendos, lo más que podía hacer era aguantar hecho un ovillo como estaba, derrotado. Ella victoriosa me castigaba penetrándome, violándome. -¿Es así como te follaste a esa puta? ¿Es así como lo hiciste? Las palmadas de su piel contra la mía eran cada vez más sonoras y repetidas. No tenía piedad, su ritmo parecía no menguar nunca, la única dirección era subir la intensidad. Me estaba taladrando profundo, no paraba, no se agotaba, era una diosa. Hasta que paró en seco. Creí que se había corrido, pero me equivocaba. Me agarró por los hombros y comenzó a incorporarme. La notaba dentro de mí, no la había sacado. Irguió mi cuerpo, como si estuviera de pie, pero no tocaba el suelo. Sus manos me soltaron y permanecí suspendido. La fuerza de la gravedad clavo más su polla en mi interior, me empaló. Me tenía cogido como un grafio. Toda la fuerza de su erección aguantaba mi peso. Su polla tenía más fuerza que mis dos brazos. No sé cuanto tiempo permanecí así, vencido, derrotado, exhibido como una presa muerta en las fauces de un depredador. Pero no sucumbí en las fauces de este animal, sucumbí ante su miembro, ante la alucinante fuerza de su polla que me sostenía dentro de mí. Ella se inclinó, liberándome de su puñalada de carne y caí de bruces contra el suelo. Tenía el culo destrozado, abierto como el impacto de un torpedo en al casco de un barco. Intentaba cerrar el esfínter pero parecía dado de si. Todo me daba vueltas, estaba roto por dentro. Comencé a incorporarme como pude y cuando estaba de rodillas sentí un chorro lechoso cubrió mi cabello, cabeza, cara, hombros y pecho. Su liquido barnizo todos mis poros, toda mi piel, desde la frente, pestañas, pasando por la comisura de mis labios, reptando desde mis pezones hasta mi ombligo. Después de esta jornada tan dura, cuando estuve empapado, sentí la paz. EPILOGO -Carol, lo de hoy ha sido estupendo. -¿Te ha gustado nene? -Si mucho, tendremos que repetir. -Cuando quieras. -Déjame ahorrar un poco. Cuando cobre el mes que viene, me tienes aquí. -Te estaré esperando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario