jueves, 10 de abril de 2014

MI PRIMER NEGRO

esde la ventana de las oficinas donde trabajaba, podía ver al jardinero afanándose en el césped que rodeaba el edificio. Era un hombre de color, de nariz ancha, piel sudorosa y brillante, labios gruesos y dientes muy blancos. Era todo un hombretón, alto y robusto, y de grandes manos negras como el café. Durante muchas noches me masturbé (como siempre, vestido de mujer), pensando en esas manos que me agarraban por la cintura. En las oficinas siempre lo miraba de soslayo, para atrapar cualquier detalle de su cara y de su cuerpo y así poder acentuar el sueño y hacerlo más realidad. El jardinero joven, del cual ignoraba el nombre, guardaba las herramientas en un pequeño cuartito del que sólo él tenía las llaves. Después de cinco semanas de deseo oculto, le pasé una notita por debajo de la puerta. Sueño contigo todas las noches. Y cada noche me masturbo pensando en tus manos recorriendo mi cuerpo. Espero que algún día se convierta en realidad. A los cuatro días, le pasé otra notita. Hoy te he visto de nuevo y tú no. No quiero que me veas porque seré la mayor sorpresa de tu vida. Besos, abrazos y... A la siguiente semana le pasé mi relato Cómo conquisté a mi hombre (publicado en esta sección), para que me conociera tal como era, y a la semana siguiente, cuando mi excitación sobrepasaba la decencia, le pasé una de mis fotos con mi número de teléfono detrás. Esa misma tarde, recibí su llamada. Era un número desconocido y contesté con voz femenina. - ¿Quién eres? – me preguntó con acento extranjero. - Una sorpresa – dije. Hubo un silencio en el auricular. - ¿Te gustó mi relato? – le pregunté. - Sí – contestó tímidamente. - ¿Quieres que se convierta en realidad? - Sí. Me dio su dirección y quedamos para el sábado. Mi negro vivía en un pueblo a las afueras de Barcelona y eso me facilitaba mucho las cosas. Me subí a mi coche vestido de hombre, paré en una estación de servicio y me convertí en mujer. Para la ocasión lucí mi peluca rubia, ligas negras con su correspondiente liguero, sostenes de encaje con relleno y un vestido negro muy ajustado, que marcaba mis caderas y insinuaba mi leve escote. Encontré aparcamiento en su misma calle, y con mis tacones de seis centímetros contoneé mi culo hasta encontrar su número. Un par de hombres giraron la cabeza para mirarme y un hombre ya entrado en años me silbó. Llamé a su interfono y me invitó a subir. El edificio era antiguo, las paredes ajadas y olía a rancio. A mi negro no le iba muy bien la vida, pero seguro que gozaba de una polla maravillosa que la pasada noche, con el sueño lascivo de tenerla en mis manos, no me permitió dormir. Era mi primer negro y os juro que sentía una emoción inabarcable en mi pecho, y mi polla no cesaba de latir bajo las braguitas de encaje. Cuando me vio, su semblante cambió y resplandeció. Todos sus posibles recelos desaparecieron al comprobar la bonita mujer que había tras la puerta. Después de los dos besos de salutación, me aseguró que no me había visto nunca. Yo le garanticé que sí, pero nunca como ahora. Sonrió y su retahíla de dientes blancos brilló enmarcada por su oscura piel. - No sé tu nombre, mi amor – le señalé. - Me llamo Mèmel. - Yo Azahar – le dije - ¿De dónde eres? - De Ghana. Me habló de África y de su familia y de cómo había ido a parar a Barcelona con un castellano bastante pobre pero de fácil comprensión. Me pregunto si realmente era un hombre y le dije que no, aunque tenía sorpresas de hombre. Me preguntó por los pechos y le dije que no estaba operada. Era de sonrisa fácil y cada vez que asomaban sus dientes, me deshacía. Volvimos a hablar de África y le cogí la mano y entrelazamos los dedos. Fue entonces cuando se abalanzó sobre mi y me besó en la boca. No utilizó la lengua y noté que no se sintió a gusto cuando le introduje la mía, así que acabamos jugando con nuestros labios y nuestros alientos. Deslicé mi mano por su pecho, su vientre y acabé en sus genitales. Mi negro todavía no estaba duro pero una buena protuberancia ceñía sus tejanos. Le desabroché los pantalones y colé mi mano hasta alcanzar mi preciado tesoro. Sentí el cosquilleo de sus robustos y ásperos pelos y después la suavidad y el calor de su verga. La rodeé con mi mano y empecé con un movimiento muy suave. Él no cesaba de besarme y me lamía el cuello y las orejas, sin dejar de sonreír. Su polla creció en mi mano latido a latido. Me puse muy caliente y agaché mi cabeza para sacarla y metermela en la boca. - Aquí no – dijo. Se levantó y asiéndome de la mano me guió a su habitación. La cama era pequeña y desvencijada, al armario le faltaba una de las puertas y había cajas y bolsas repletas por el suelo. Cerró la puerta, se bajó él mismo los pantalones y se sentó en una de las esquinas de la cama. Me arrodillé, le abrí las piernas y lamí su bulto a través de los calzoncillos. Era una verga grande, aunque cabe decir que la había imaginado mucho más grande. Se puede decir que era del tamaño de un hombre blanco bien dotado, como la de mi Julián, más o menos. Pero no me desanimé. Se la saqué de los calzoncillos y apareció tiesa y balanceante. Me encantaba su color negro. Le bajé la piel y apareció un glande muy rosado. Me lo metí en la boca y empecé a jugar. Tenía los testículos más bonitos que he visto en mi vida. Subidos y tersos, de piel rugosa y cubiertos por unos rizos robustos y tupidos. Le lamí la polla de arriba abajo y de abajo a arriba, sorbiendo esos magníficos huevos de vez en cuando. Mèmel no decía nada, ni siquiera gemía. Me miraba desde arriba y cuando yo alzaba la mirada, me sonreía. La polla se le endureció más y se mantenía vibrante y con las venas muy marcadas. Me encantaba tener en mis manos esa polla negra. Me la mentía hasta el fondo de la garganta y después me la sacaba para verla impregnada de baba espesa. Estaba muy, muy cachonda. Mèmel me apartó y me señaló que me pusiera a cuatro patas. Le dije que se desnudara, pero con un ademán de su mano, se negó. Era un hombre muy directo y de pocas palabras. Mientras rebuscaba en un cajón, tuve tiempo de sacar de mi bolso el lubricante y meterme un poco en el culito por debajo de las bragas. De un empujón, me tiró a la cama. Vi su verga enfundada en un preservativo antes de que me girara con un brazo y me pusiera a cuatro gatas. Me subió la falda, me apartó las bragas y me metió un dedo en el culo. Gemí como una puta. Antes de que me diera cuenta, me endiñó toda su polla. Sentí algo de dolor, como un calambre, pero después, desapareció por completo. Noté sus manos agarrándome por la cintura y sólo entonces fui consciente de que mi sueño se había hecho realidad. Pero mi negro no estaba para sueños, y a las cinco envestidas, Mèmel se fue. Se sacó el condón, lo ató y lo tiró al suelo. - Has sido muy rápido – dije. Se encogió de hombros y se subió los pantalones. - Te puedes ir – dijo. - ¿Ya? – pregunté sorprendida. Asintió. - Puedo chupártela de nuevo para continuar – propuse. Negó con la cabeza. Me sentí defraudada y utilizada. Mi negro no era el negro de mis sueños. Por su expresión seria y tajante, me convencí que no había nada que hacer. - ¿Puedo ir un momento al baño? – pregunté. Con un gesto rudo, abrió la puerta y me indicó la puerta del baño. Entré y me encerré. Mientras meaba sentada pensé en romperle algo a aquel cabrón, pero respiré hondo y me tranquilicé. Especulé que quizás todos africanos follaban igual, directos a la cuestión y sin preámbulos ni sutilezas. Me miré la polla. Colgaba inerte con un pequeño hilillo de líquido viscoso. Pensé en masturbarme para satisfacerme un poco, pero auguré que tampoco me sería satisfactorio. Me limpié el culito de los restos de lubricante, me arreglé el vestido frente el pequeño y sucio espejo, y me dispuse a irme de aquella mierda piso sin siquiera despedirme de mi negro defraudador. Cuando salí del baño comprobé que la puerta de su habitación estaba cerrada. Por lo que parecía, él tampoco deseaba despedirse. Crucé el pasillo sin más dilación y entré en el comedor. Cual fue mi sorpresa cuando me encontré frente a frente con otro negro mucho más musculado y grande que Mèmel. Del espanto, solté un grito agudo. - ¿Quién eres? – me preguntó sorprendido. - Una amiga de Mèmel – acerté a responder. El negro me miró de arriba abajo, y yo no pude más que sonreírle pícaramente. Me salió de dentro ser tan zorra. No era, ni mucho menos, tan guapo como Mèmel. Su cara estaba marcada por granitos y pequeñas cicatrices huecas, su nariz era muy chata y ancha y sus ojos estaban recorridos por cientos de finas venas rojas. En frío nunca me hubiera acostado con él, pero en ese momento, era mi venganza particular. - ¿Y tú quien eres? – le pregunté atrevida. - Vivo aquí. Compañero de piso – dijo con su castellano telegráfico. - ¿Y cómo te llamas? - Dofi. - Yo me llamo Azahar, mucho gusto. Le planté dos besos y sonrió. Aún mis talones, tuve que ponerme de puntillas para alcanzar sus mejillas. Nunca había visto a un negro tan grande y fuerte. - ¿Dónde estar Mèmel? – preguntó. - En la habitación – dije. Le recorrí un dedo por su pecho, y le sonreí. Me sentía muy zorra y Dofi era la opción para mitigar el anterior fracaso con Mèmel. No sé de donde saqué el valor, pero me afiancé de su dedo corazón y me lo metí en la boca. Lo chupe como si fuera una polla. Dofi no se podía creer lo que veía. Ni yo misma me lo creía. Pero ese dedo bicolor, con una uña muy recortada y blanca me ponía a cien. Dofi no paraba de reír y dejó que hiciera lo que me vino en gana con su dedo. Luego me senté en el sofá y le invité a sentarse. No lo dudó un momento. Me metí dos de sus dedos en mi boca y lo miré lo más lascivamente posible. Dofi no perdió el tiempo. Con la mano libre, se desabrochó los pantalones, aparto los calzoncillos y se la sacó. Al ver el pedazo de portento asomado por sus calzoncillos blancos me puse como loca y me abalancé sobre él. Me metí el capullo en mi boca y de lo grande que era, casi no me podía introducir más verga. La tenía inmensa, una polla como nunca había visto. Por fin tenía entre mis manos la polla negra que tanto deseaba. Gemía como una loca con esa polla. La lamía, la admiraba y la engullía hasta ahogarme. La podía coger con las dos manos y todavía sobraba un pedazo para que la chupara. Me encantaba la polla de Dofi. Era espectacular. Mi negro se recostó en el sofá y se dejó hacer. Notaba lo impresionada que estaba, y de vez en cuando me acariciaba la espalda y el culo. Quería ver correrse a esa polla, pero Dofi me paró a tiempo y dijo que me desvistiera. Fue entonces cuando caí en la cuenta. - No soy como las otras mujeres – dije. Mi negro no entendió. Cogí una de sus manos y la llevé a mi paquete. Dofi palpó un momento para cerciorarse y después empezó a reír. No pude discernir si me rechazaba o por el contrario, le encantaba mi peculiar atributo. Esperé con el corazón en un puño, pero al momento mi negro me cogió por la nuca, me acercó a su cara y me plantó un beso en toda la boca. Utilizó la lengua y me la metió hasta el fondo. Me puso supercachonda y mientras me besaba, me restregaba en su gran polla como la hembra más lúbrica del mundo. Me sacó el vestido y quedé en ropa interior. Me miró. - Tu guapa – dijo. Le sonreí y le mordí un pezón. - Querer follar – dijo. Rebusqué en mi bolso y saqué el lubricante y el condón. - Este no cabe – me señaló. Mientras se sacaba uno de sus condones de la cartera, yo me apuré en embadurnarme el ano con el lubricante. Me sentía cohibida por tener que meterme tal trabuco en mi culo, y a la vez excitadísima. Cuando se colocó el condón me puse a horcajadas encima de mi macho negro, cara a cara. Me aparté las bragas, agarré su gran polla y la apunté a mi ano. Me la empecé a meter en el culo, sintiendo que la dilatación me desgarraba, notando cada centímetro que me introducía de su polla negra. Me dolía como nunca y mi rostro esbozaba muecas de dolor. - ¿Daño? – me preguntó Dofi. Negué con la cabeza. Más allá del dolor se encontraba la excitación. No pude metermela toda. Era imposible. Sin embargo, empecé a bombear suavemente. Mi negro me agarraba el culo y jadeaba de placer. Yo gemía sensualmente, entre el dolor y el placer. Eso sí era un negro como Dios manda y no Mèmel. Mèmel era un frígido de polla pequeña al lado de mi Dofi. Me movía encima de su polla y aunque me la metí tanto como pude, todavía podía agarrar con mi mano un buen pedazo de polla que quedaba sin entrar. Le pellizcaba los huevos y los pezones y a mi Dofi le encantaba. Empezó a sudar como un puerco y a emanar un olor intenso y rancio. Cada vez me excitaba más. Ese aroma a hombre negro me ponía a cien y me hacía acelerar mis movimientos, ignorando el dolor de la dilatación extrema. De repente, mi negro me desclavó de su miembro y me tumbó en el sofá. Se puso en pie, me levantó las piernas y me horadó de nuevo, vientre contra vientre. Era tal la presión de su polla contra mi culo que mi verga no se pudo erectar, pero sentía un placer inmenso, casi orgásmico, al verme perforada por ese negro. Una gota de sudor pendía de su nariz y otras se deslizaban de su frente hasta las mejillas y luego caían sobre mí. Yo abría la boca para degustar ese sudor de macho africano, ese sudor de néctar y pasión. Dofi apretó un poco más y me metió un tramo más de polla. Gemí de placer y dolor. Empujó más y sentí que me desgarraba. Me endiñó todo su trabuco. Nadie había llegado a tales profundidades de mi culo y gimoteé como una zorra loca. Era tanto aquel volumen, aquella longitud, que el placer se me hizo inalcanzable y sublime. Entonces pasó los brazos por debajo de mis piernas, me agarró por el culo y por la espalda y se puso en pie, conmigo colgando de su gran verga. Me empujó contra la pared y siguió follandome sin compasión. En mi vida me había sentido tan mujer como en ese momento. Tan liviana, tan débil, tan esclava, tan frágil, tan pequeña y tan bien follada. Mi macho negro bombeaba sin parar, golpeándome contra la pared una y otra vez. Me sentí tan mujer que empecé a gritar como nunca y al poco me corrí sin siquiera erectarme. Mis braguitas se mojaron y un grumo de mi lechita blanca y viscosa se salió por el costado de mis bragas. Dofi continuaba con su bombeo, más excitado que nunca, y al final, lanzó un grito, se estremeció, sentí los latigazos de su polla y se detuvo jadeante. Cuando apoyé mi cabeza sobre su hombro, totalmente exhausta y todavía con su polla dentro de mi culo, me percaté que Mèmel nos estaba mirando desde el quicio de la puerta. Dofi me sacó su verga y noté como mi ojete se cerró. Al advertir mi mirada, se giró y vio a su compañero de piso. Se dijeron algo en su idioma ininteligible y me quedé allí, de pie, jadeando y con las braguitas mojadas con mi semen. Dofi se quitó el condón y entonces advertí la gran cantidad de leche que había expulsado. Era un macho como pocos. Me hubiera encantado que esa leche hubiera embadurnado toda mi cara. Mèmel le dijo algo más a Dofi, como contrariado, y Dofi se puso a reír mientras me señalaba con gestos indolentes. Al final me cogió de un brazo y con señales me dijo que me agachara. Con palabras hacia su compañero le señalaba mi culo, como si le dijera que ahí lo tenía, si tanto lo quería. Me limité a obedecer a Dofi, estaba todavía flotando en las nubes de placer y ni siquiera me sentía capaz de pensar con coherencia. La humedad de mis bragas me molestó y me las quité. Fue con las mismas bragas que me limpié la leche ya licuada que me bajaba por el muslo. Dofi se sentó en el sofá, delante de mí y me recorrió los labios con su lengua. Me sonrió, lo besé y enroscamos nuestras lenguas de nuevo. Entonces sentí las manos de Mèmel en mi culo, y después su polla tiesa recorriendo mi rajita. Fue una sensación maravillosa. Por el rabillo del ojo vi como Mèmel cogía el condón que había dejado en el reposamanos y después sentí su polla entrando en mi culo. Después de ser follada por la gran verga de Dofi, la polla de Mèmel entró con una facilidad tremenda. Gemí un poco, como para animarlo, y Dofi me cogió la cabeza y me guió hacia su polla fláccida. Me la metí entera en la boca y le empecé a acariciar los huevos mientras su amigo me embestía por detrás. Me vi desde fuera, una travesti blanca rodeada por dos portentos negros y me encantó la imagen. La polla de Dofi empezó a latir dentro de mi boca y se erectó de nuevo. Todavía alucinaba con su tamaño. La lamía con salacidad, embelesada de tanta carne placentera. Sentía las embestidas de Mèmel en mis nalgas y me di cuenta que mi verga estaba totalmente erecta. Empecé a acariciármela y a pajearme. Nunca me había sentido tan zorra. Era mi primer trío y yo era la protagonista. La mujer que todos deseaban. Dofi se agarró la polla y me la restregó por toda la cara. Su amigo no cesaba de bombear. Dofi me golpeó con su polla, desde el mentón hasta la frente. Era un buen látigo de carne. Después se levantó y apartó a su amigo para endiñarme de nuevo su polla. En la posición de perra, la noté mucho más, pero no me dolió tanto como la primera vez. Con su volumen, mi polla se ablandó un poco. Me toco mamar la polla de Mèmel, con preservativo y todo. Luego se turnaron de nuevo, y me vi con la pedazo polla de Dofi en mi boca, rígida y marcada de venas gruesas como mi meñique. Estaba a punto de venirse. Con el capullo en mi boca, empezó a meneársela. Se estremeció, me la saco de la boca y se corrió sobre mi cara, regándome con su leche blanca y espesa. Como me meneaba la polla, al sentir el calor de su semen, me corrí en el suelo con aullidos de placer. Mèmel aceleró su bombeo, decidido a correrse. - En mi cara, en mi cara – le supliqué. Me la sacó, me apoyó la cabeza en el sofá y empezó a masturbarse delante de mi boca. Sentía el semen de Dofi deslizándose por mi mejillas y me lo llevé con los dedos a mi boca. Su amigo, entre alaridos y golpeteos de su polla en mi cara, se corrió y salió un pobre chorro que cayó sobre mi pecho. No tardé un segundo en afianzarme de él y tragármelo. Los dos se sentaron en el sofá, exhaustos y satisfechos, pero su perra todavía estaba lo suficientemente caliente para lamerles unos pocos minutos sus dos pollas fláccidas. Me sentía la reina de África entre esas vergas negras. La realidad había superado a mi sueño. Para cualquier comentario: kafkax@hotmail.es

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