miércoles, 5 de diciembre de 2012

EL PRIMER RAYO DE SOL



transexuales

Después del divorcio mi padre se quedó con mi custodia y sólo en los periodos vacacionales visité a mamá. El 18 de diciembre de 1988 fue la primera vez que la visité y cuando estuve con ella me di cuenta de que era una mujer feliz aunque nadie conocía su vida anterior. Me sentí triste pues llegué a pensar que nadie sabía de mí y que yo no era importante para ella. Le increpé que si acaso era porque ella había querido una niña y había nacido yo, ¡un varón!

Lloré y le reclamé golpeándola, porque yo estuve a su lado mientras que todos le daban la espalda. Ella sólo me abrazaba pidiéndome perdón y cuando ya no tuve fuerza me dormí en su regazo. Cuando desperté ella seguía acariciando mis mejillas y besando mis cabellos y le pedí perdón por mi arrebato. Ella me dijo que era cierto que desde pequeña su sueño fue tener una niña pero desde que supo que venía yo en camino me ha querido por sobre todas las cosas. Me contó que se casó para que yo pudiera vivir con mi padre biológico, a pesar de que ella ya no lo amaba. Que me amaba a mí sin importar si fuera niña o varón, porque era sangre de su sangre.

Una vez que nos tranquilizamos se me ocurrió algo que cuando se lo planteé se desternilló de la risa: Como a mis quince años allí nadie me conocía yo podía ser su niña cuando la visitara. Durante ese día tanto ella como yo una y otra vez repetíamos mi propuesta y conforme más lo decíamos nos sonaba menos descabellada.

Al caer la noche comenzamos a especular de qué es lo que tendríamos que hacer:

? Elegir mi nombre femenino.

? Comprarme ropa de mujer.

? Enseñarme a caminar y comportarme como mujer.

? Inventar la historia de mi vida anterior.

Preparó un chocolate caliente para la merienda y mientras lo bebíamos saltaban nombres: Mariana, Ángeles, María de la Luz, María del Sol, Marisol, mas súbitamente me levanté de la mesa, busqué un lápiz y en pedazos de una servilleta escribí los nombres, los doblé, los puse en un vaso y le dije que sacara uno y que ese sería mi nombre de mujer.

Ante mi arrebato se dirigió a mí en un tono muy serio diciendo que para ella no es cuestión de suerte elegir un nombre, que si de ella dependiera mi nombre sería Angélica…

Con los pies en la tierra

Angélica, que bello nombre. Me gustaba como sonaba y resonaba, como si ya lo hubiera escuchado antes. Mamá me pidió que olvidara lo que había sucedido ese día y que me fuera a descansar, pues al día siguiente ella tenía que ir a trabajar. Acepté su oferta, pues sabía que iba a estar con ella las siguientes tres semanas.

Por la mañana me despertó al amanecer, pues tardaba más de una hora en el traslado de su casa al trabajo. En la mesa ya estaba un plato de fruta con cereal y un vaso de jugo natural, algo muy diferente a la comida grasosa que acostumbraba en casa de mi padre.

Me recomendó que descansara, que me preparara lo que quisiera de comer y me dejó dinero por si se me antojaba alguna otra cosa. Ella estaría fuera todo el día y esperaba regresar después de las cinco. Después de que se fue me puse a ver televisión y no sé si fue cosa del destino, una coincidencia o mera casualidad, en uno de los programas un chico necesitaba vestirse de mujer para escapar de una situación peligrosa. Nuevamente giró por mi cabeza la plática del día anterior: ¡ser la niña de mamá! Sacudí la cabeza y me fui de inmediato a la regadera para despertar.

Al terminar me puse una playera holgada, un pantalón y zapatos deportivos. Al mediodía sentí hambre y fui a la cocina, pero no se me antojó nada de lo que había en el refrigerador, así que busqué en el directorio telefónico y ordené una pizza.

Aunque tardó un poco, llegó un chico en motocicleta con mi pedido, le abrí la puerta y le pedí que pasara mientras iba por el dinero. El muchacho pensó que era una niña, pues en aquel tiempo usaba el cabello largo y como lo tenía alborotado y esponjado después del baño de la mañana, él se confundió. En un tono coqueto me preguntó que si no era de allá, dijo llamarse Luis Enrique y al tratar de decirle mi nombre respondí automáticamente Angélica. En ese momento ya no supe que decir, simplemente le abrí la puerta y lo dejé ir.

En ese instante una nueva duda saltó en mi mente, hasta ese momento la idea de ser la niña de mamá sólo era una ocurrencia, una broma que rompió el difícil momento que había surgido a mi llegada. ¿Mas que era lo que en realidad estaba sintiendo, en verdad me sentía mujer, deseaba serlo o simplemente me excitaba la idea? Me senté para pensarlo detenidamente, respiré profundamente y traté de sacar esa idea de mi cabeza. Conforme los segundos se hacían minutos y los minutos horas me fui dando cuenta que no era el hecho de ser mujer lo que me motivaba, sino el gusto estar con mamá. Es decir, no era la ropa o la reacción del chico que me había confundido, sino el integrarme totalmente con mi mamá, como niña o como varón.

Al encuentro de mi femineidad

Aquella tarde cuando regresó mamá del trabajo le platiqué lo que me había ocurrido, que el repartidor de pizzas me había confundido y la gracia que me había causado. Al escucharme se puso tan seria que me alarmé, le dije que si le molestaba el tema nunca más lo tocaríamos. Para mi sorpresa su seriedad estaba motivada por lo contrario, pues me confesó que durante todo el día estuvo distraída por pensar en mí como su niña, y me cuestionó si realmente deseaba hacer lo que le propuse la noche anterior. Me dijo que si lo hacíamos siempre que fuera con ella debería ser Angélica, que mi otro yo nunca podría vivir allá. Le dije que lo único que deseaba es llegar a ser tan feliz como la había visto a mi llegada, que si siendo Angélica ambas lo podíamos lograr estaba dispuesta a hacerlo.

Al día siguiente se levantó temprano y se reportó enferma a su trabajo, me fue a despertar y me dijo que me pusiera la ropa menos masculina que llevara. Lo más unisex que tenía era la ropa deportiva que usara el día anterior y me la puse pero me pidió usar unos zapatos deportivos de ella y un sostén con prótesis que compró cuando le hicieron la mastectomía. Me quejé con ella pues los zapatos me quedaban muy justos, me incomodaban un poco y el peso del sostén lo sentía raro, pero me dijo que si quería ser Angélica que me aguantara.

Salimos de casa y me llevó a una estética donde trabajaba su amiga Vianney, ante quien me presentó como su hija Angélica. Desde ese momento ella me llamó “sobrina”, pues me dijo que estimaba a mi mamá como a una hermana. De inmediato le reclamó porque nunca le había platicado de mí ni de mi padre.

Mamá le explicó que era una etapa de su pasado que prefería olvidar pero que ante mi visita se sintió obligada a retomar su papel al ver lo descuidada que me tenía mi padre. Vianney me dijo que se notaba pues, yo tenía la facha de un niño adolecente a lo que mamá le añadió que cómo era posible que una señorita de quince años tuviera las manos, los pies y el cabello tan maltratados. Mi tía Vianney me hizo manicure y pedicura, me lavó y cortó el cabello y me puso una mascarilla para que mi piel se hidratara.

Después mamá me llevó a un centro comercial donde me compró un par de zapatos, pantaletas, calcetas, una blusa, una falda y un vestido. Estar de compras fue algo emocionante pues para elegir tuve que probarme varias faldas y vestidos antes de decidir cuales nos llevaríamos. Así esa tarde regresé a casa de mamá como Angélica, personalidad que mantendría hasta la fecha de mi regreso a casa de mi padre…

La Metamorfosis

Al regresar a casa estaba impaciente por usar toda esa ropa que mamá me había regalado, sin embargo, llegó muy molesta conmigo. Al entrar me dijo que si no podía comportarme como una señorita esto no iba a funcionar. Me enojé y le dije que cómo iba a saber qué hacer si tenía apena unas cuantas horas de mujer. Ella rió a carcajadas diciéndome “perdona mi niña, para mí también esto es algo nuevo, tenme paciencia y después de comer retomamos el asunto”. Mientras preparaba la comida comenzó a anotar algunas cosas en el block del refrigerador.

Más tarde comimos y al terminar tomó la hoja con sus notas y me dijo muy seria.

“Angélica, debemos estar muy seguras del paso que estamos por dar. Una vez que comencemos no hay marcha atrás”. Asentí que lo entendía pero me insistió que tomara conciencia que si así lo decidíamos a partir de ese día ella sólo sería la mamá de Angélica y si no me gustaba tendría que vivir para siempre con mi padre y me tendría que olvidar de ella.

En ese momento no entendía lo que me decía pero como para mí lo importante era estar bien con ella le dije que estaba convencida de lo que haríamos. Me dijo que debía trabajar muy duro para convertirme en la niña de mamá, remarcándome los siguientes puntos, que en un afán de mostrar mi convencimiento yo misma los transcribí redactados en primera persona:

1. Soy Angélica, hija única de un matrimonio que no funcionó y a raíz del divorcio quedé bajo la custodia de mi padre y visito a mamá en periodos vacacionales.

2. Desde antes de mi llegada y hasta después de mi partida dejará de existir mi personalidad de varón y pensaré, hablaré y actuaré como Angélica en todo momento.

3. Siempre me debo comportar como toda una dama. En ninguna circunstancia me serán permitido las vulgaridades. Me visto y actúo de manera recatada sin perder el estilo propio de mi edad.

4. La amistad que tenga con chicas o chicos será superficial para evitar la intimidad que ponga en riesgo la existencia de mi personalidad como Angélica.

5.Si al llegar de visita alguien me viera en mi personalidad de varón evitaré hablar de mamá o de Angélica y me escabulliré aunque eso implique no poder ver a mamá.

Reconociendo mi voluntad y decisión para ser Angélica me desnudó y guardó toda mi ropa de varón bajo llave y me entregó los paquetes que acaba de comprar. Me pidió que me bañara en la tina utilizando agua con sales perfumadas. Al salir me regañó por la manera en que secaba mi cuerpo, me remarcó “una dama seca su piel con delicadeza”, tomando la toalla y secándome con suavidad, permitiendo que absorbiera el exceso de agua sin tallar. “Mamá, pero así me voy a tardar mucho”, tratando de protestar pero me contuve al recordar la regla número tres.

Mamá notó vello en mis brazos y piernas, además del vello púbico que se arremolinaba entre mis piernas, trajo unas cintas y unas lociones y procedió a quitármelo. Me dolió mucho, rodando lágrimas de mis ojos, pero me aguanté para sostener mi palabra. No sé si por el dolor, por el contacto de sus manos o por alguna otra razón tuve una erección. “¡Angélica, tienes que aprender a controlar tus sensaciones!”, me recriminó “pues de lo contrario todos van a notar eso”. “¡Mamá, no lo hago a propósito!”, le contesté, pero tenía razón y con el tiempo aprendí a controlarlo.

Después de que me aplicó las lociones sentía mucho calor en la piel, aunque lo estaba disfrutando mucho pues se veía tersa y suave. Después me pidió que me vistiera para lo cual tomé unas pantaletas y me las puse, tras lo cual se dio el siguiente diálogo:

- “No niña, pareces cargador, una dama se sienta, toma la prenda con delicadeza y la desliza por las piernas desde las puntas de los pies y al llegar a los muslos se pone de pie para terminar de colocarla”.

- “Mamá pero si nadie me ve”, con su mirada me dijo todo, me las quité e hice lo que me indicó.

- “¡Angélica!, al sentarte cierra las piernas y mantén erguida la espalda, pon más de tu parte pues sólo tenemos este día para que aprendas”.

Me mordí los labios para no responder pues sabía que tenía razón. Me hizo poner las pantaletas una y otra vez hasta que lo hice bien. Para no aburrirles, lo mismo ocurrió con el sostén, las calcetas, la blusa y la falda, siempre en ese orden. Una vez vestida me entregó los zapatos y se puso verde cuando vio la manera en que crucé mi pierna para calzármelos.

- “¡Niña!, cualquiera que esté frente a ti verá tus pantaletas”.

- ¡Pero si no hay nadie, mamá!

- “¿Qué no entiendes que si eso lo haces aquí lo harás en cualquier lugar de manera inconsciente?”

En ese momento lo acepté a priori con base en la regla 3 pero con el tiempo la verdad de esa frase trascendió todas las reglas: Para evitar cometer una falta basta con tomar conciencia de su posibilidad, elegir una manera de evitarla y practicarla hasta realizarla sin tener que pensar en ella.

El último paso fue aprender a caminar, cosa que yo consideraba intrascendente pues todas caminamos todos los días. ¡Qué equivocada estaba! Desde que inicié fue regaño tras regaño: ¡espalda erguida!, ¡pasos más cortos!, ¡no tan cortos!, ¡balancea los brazos hacia adelante y hacia atrás rodeando tu cuerpo! ¡que el vaivén de tu cuerpo haga que el vuelo de la falda luzca al caminar!

Por fin, agotada vi caer la noche. No podía dar un paso más y estaba muy molesta (aunque controlada) por los regaños de todo el día. Mamá preparó la merienda y mientras la consumía me abrazó besando mis cabellos y acariciando mis mejillas diciéndome que lo estábamos logrando ¡ya lucía como la niña que siempre había soñado!...

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